Diario de León
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A esgaya | emilio gancedo

Ahora que las cajas de ahorros se arriman y se amorran, se tiran los tejos o los trastos, se lanzan requiebros y se fusionan, funden, besuquean y arrejuntan, pueden oírse, aquí y allá, declaraciones del tipo: «Sí, pero nuestra caja no va a perder su identidad» o «aunque vayamos a formar parte de un grupo más grande, no olvidaremos ni nuestro nombre ni nuestro pasado», etc. Y todo el mundo lo da por bueno y parece satisfecho. Pero estas lindes nuestras registraron, hace cosa de dos décadas, otro movimiento similar de cajas promiscuas e incontinentes en el que una de las contrayentes -”para más inri, la principal-” perdió todo eso y más: perdió su nombre, su identidad, su personalidad de labradores y mineros hecha a base del mucho bregar de paisanos ahorradorines y frugales.

¿Por qué entonces no se fusionaron aquellas entidades pero conservando, cada una de ellas, su nombre original en sus respectivos territorios? ¿Por qué a León, por hache o por be, se le niega -”o se lo niega esta tierra a sí misma-” lo que en otras es normal, lógico y deseable?

Un alto responsable de aquella fagocitación se enorgullecía de que «no hay mejor nombre que el de España para una caja»; excelente prueba de esa mentalidad que aquí aún se engarfia como el té a las peñas, la que diluye lo cercano para abrazar lo lejano sin saber sacar partido de ninguna de ambas perspectivas. Otros territorios olvidaron eso hace tiempo, afirman los pies fuerte en el terreno y desde ese bastión encaran el futuro, conscientes de lo que son y de lo que quieren porque saben de dónde vienen. Navarra, Cantabria, Asturias, Galicia... ¿por qué no Caja León?

La respuesta es que todos estos movimientos responden al poder político, cuyas motivaciones y fines poco tienen que ver con la sociedad a la que deberían servir. Aquí el objeto declarado es dotar de «músculo financiero» a una comunidad enclenque, despersonalizada y jijas, y.... en fin, hacer caja.

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