Diario de León
Publicado por
Antonio Papell
León

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La agencia de calificación crediticia Moody´s ha colocado en revisión la solvencia de la deuda de España para acometer una posible rebaja en uno o dos niveles. Como es conocido, Moody´s es la única de las principales agencias de calificación que mantiene la máxima nota para la deuda soberana española. Standard & Poor´s (S&P) la recortó el pasado 28 de abril a Aa con perspectiva negativa y Fitch también revisó a la baja el rating español el pasado 28 de mayo , situándolo en Aa+ con perspectiva estable. Pero lo más llamativo del anuncio de Moody´s, que abre un período de observación que podría durar tres meses, es la argumentación que alega para proceder a tal revisión, que estaría motivada por el deterioro (a corto y a largo plazo) de las perspectivas de crecimiento económico, los desafíos que el Gobierno español enfrenta para alcanzar sus objetivos fiscales y las preocupaciones sobre el impacto del aumento de los costes de financiación a medio plazo, según informó la agencia. La paradoja es, en fin, irritante: primero se obliga a España a plegarse al consenso europeo, urgido por Alemania, de acelerar al máximo la reducción del déficit público mediante los ajustes que resulten pertinentes —España ha reducido su previsión de déficit para el año próximo del 7,5% del PIB al 6% mediante un ajuste de 15.500 millones de euros y otros recortes adicionales que serán incluidos en los presupuestos para 2011—, que indudablemente representan una renuncia al crecimiento económico en aras de la estabilidad presupuestaria, del rápido retorno a la ortodoxia neoliberal.

Y después, cuando nuestro país ha hecho el gran sacrificio, que ha forzado a reducir los salarios públicos y a congelar las pensiones, viene Moody´s, que es la voz institucionalizada de los mercados financieros, y nos reprocha nada menos que «el deterioro de las perspectivas de crecimiento». ¡Pues claro que el ajuste ha deteriorado las perspectivas de crecimiento! Y no sólo eso: parece inexorable que España regrese a la recesión técnica, con crecimientos del PIB negativos en el tercer y cuarto trimestres de este año. El dilema era ya conocido: o España cumplía con las pautas comunitarias, en cuyo caso agravaba el sacrificio de los ciudadanos, o las desoía para crecer, lo que le hubiese acarreado el anatema de los mercados y de sus socios de la Eurozona. En la última reunión del G-20, la voz progresista de Obama insinuó la conveniencia de que Europa no retirara aún todos los estímulos fiscales precisamente para que el incipiente crecimiento económico se fuera consolidando. Pero Merkel, que acaba de decretar en su país un innecesario y perturbador ajuste de 80.000 millones de euros, ni siquiera prestó oídos a la lógica recomendación del presidente de los Estados Unidos, país que ya está al borde nuevamente de la normalidad, creciendo a buen ritmo. Lo grave del caso es que ese rigor ultraconservador europeo, que tan amigable le resulta al sistema financiero internacional, ni nos pone a salvo de las crisis (que nos afectan con sobrecogedora intensidad), ni nos ayuda a remontarlas, ni nos ofrece expectativas esperanzadoras. Quizá fuera preciso cuestionarse, mediante un largo y profundo debate de ideas, si estamos en el camino adecuado, en lugar de plegarnos dócilmente a los tópicos económicos que emanan de la Unión Europea.

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