Diario de León
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La veleta | Juan Carlos Viloria

La insólita despedida de María Teresa Fernández de la Vega al día siguiente de su cese representó algo más que el convencional fin de una etapa. La vicepresidenta dispuso un adiós con ramos de flores, sollozos contenidos, palabras sentidas detrás de un atril. De rojo y negro pero fiel a su estilo. El mismo corte de pelo vivaz, pantalón estrecho y ojillos escrutadores con el labio fruncido de siempre. Todo tenía el aroma de las actrices maduras cuando abandonan la escena definitivamente.

Doña María Teresa preparó un último minuto de gloria para decir adiós a los periodistas, a su equipo, a los ujieres y los escoltas pero también a su fiel público desde las tablas donde se dejó la piel en el teatro de la política. Aromas de final de carrera de una mujer que se subió al tren de Zapatero solo por Zapatero. Que sabe que jamás volverá a repetirse una oportunidad semejante y se anticipa haciendo mutis por el foro dejando Gobierno, Congreso y la vida política también. El ocaso ya apuntó en el horizonte cuando paradójicamente su gran enemigo Eduardo Zaplana fue apartado de los bancos del grupo popular. Zaplana era el adversario hecho a la medida de la capitana del clan feminista de Moncloa. Un -˜aznarista-™ a veinte pasos en el hemiciclo, perfiles de varón al estilo clásico español, conservador y pelín chulesco. Ideal para poner en acción todos los resortes dialécticos de quien llegó al poder como abanderada de la igualdad, la paridad, la lucha contra la violencia de género y la propaganda feminista tan rentable para el presidente. Con Zaplana en los bancos de enfrente tuvo sus mejores tardes. Con Ángel Acebes ocasionalmente sumado a la pelea, también. Eran los días de euforia. Con el poder para hacer leyes y un presupuesto casi inagotable todo parecía posible. Luego la violencia de género se resistía a ceder confirmando que el problema hundía sus raíces en el fondo del complejo entramado cultural, familiar, patológico, tan hondo que no era suficiente una legislatura para arrancarlo. Ni dos.

La paridad ha caído como primera víctima de la crisis en la propia composición del nuevo equipo de Zapatero. ¡Qué ironía! Todo un síntoma. Todo un reconocimiento tácito de que lo que para la -˜vice-™ era sustancial a la hora de la verdad era tan prescindible como un ministerio más o menos. Rendidas las armas del programa social y de bienestar por el Zapatero que se despertó a la realidad de la crisis y de déficit un domingo por la noche hace pocos meses. Arrasada la identidad presidencial del «no os fallaré» en la riada del paro y el desfondamiento de la cuentas, todo el esqueleto del -˜zapaterismo-™ cuya arquitecta jefe fue De la Vega estaba predestinado a venirse abajo más pronto que tarde.

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