Diario de León

TRIBUNA

Los padres y el deber de educar

Publicado por
ARA ANTÓN (Escritora)
León

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Entre las 200 universidades mejores del mundo no hay ninguna española. El 30% de nuestros alumnos deja la escuela antes de los dieciséis años; sólo el 6% de cada diez acaban la etapa media. Estos son algunos de los preocupantes datos del Informe Pisa. ¿Qué ocurre con nuestros sistemas de enseñanza? Desde luego no podemos achacar su fracaso a nuestros eficientes políticos, ya que en los últimos treinta años han cambiando, según las ideas y los fines del partido en el poder, los planes de enseñanza hasta un total de nueve veces, más la modificación de uno de ellos, o sea, para entendernos y redondear, diez alteraciones -"una cada tres años aproximadamente- de objetivos, métodos, textos y exigencias a profesorado y alumnado, que puede haber comenzado sus estudios con un plan y acabarlo con otro diferente.

Pero nuestros esforzados próceres no sólo no han conseguido elevar el nivel de enseñanza, sino que sus ingentes esfuerzos se han perdido en la abulia, la indisciplina, la irresponsabilidad y el abuso que nuestros niños y jóvenes hacen de su tiempo de aprendizaje. Es más, se atreven a presumir de sus desmanes, en los que la mayoría de las veces el principal ingrediente es la violencia, en vídeos que cuelgan en Internet; porque, eso sí, a ninguno le falta un ordenador para difundirlo, ni un móvil para grabarlo.

Los padres hacen una media de 10.000 denuncias al año por el maltrato recibido de sus hijos. Los profesores emplean el 40% de su horario lectivo en tratar de imponer disciplina, por lo que 13 de cada 100 reciben agresiones psicológicas e incluso físicas, que les llevan a pedir ayuda al Defensor de Profesor; unas 4000 llamadas en el último año. Además, estos «angelitos», a los que hemos criado entre algodones, sin la mínima exigencia, han decidido acabar consigo mismos a golpe de borrachera, ya que no son capaces de encarar las responsabilidades de su futuro, porque nadie se ha atrevido a decirles que la vida es algo más que libertinaje y juerga constantes. Porque, claro, lo que no podemos hacer es crearles traumas, pues la realización de un esfuerzo, del tipo que sea, puede ser tremendamente traumático. De modo que, como no llegan a los objetivos mínimos, los pasamos de curso y bajamos la exigencia. ¿Que la Lengua y las Matemáticas se les atraviesan? No hay problema; las sustituimos por otro tipo de enseñanzas más acordes con los intereses de los críos. Pero ¿y si no los tienen? ¿Y si chocan con los de la sociedad? ¿Y si resulta que para sobrevivir tienen que saber hablar, escribir y sumar?

Los padres, desbordados por el empeño de sobrevivir, y otros empeños de los que mejor no hablamos, se desentienden de la educación, que dejan en mano de los profesores, quienes, además de transmitir conocimientos, han de sustituir a la familia, casi siempre ausente. Y pobres de ellos si alzan la voz, que no ya la mano -"se quedarían sin ella- a uno de nuestros delicados pequeños. Allá va la sañuda mamá, o el imponente papá, a justificar a su retoño, que desde luego en ningún caso es culpable, ya que todos sus males vienen del inepto profesor, que encima le reprende. Se desprestigia sin ningún recato al maestro, quitándole la poca autoridad que le ha dejado el sistema.

Quizá deberíamos entonar un mea culpa y concluir que no son responsables ni los contenidos, ni los sufridos profesores, ni siquiera el caos que crean los cambios en los sucesivos planes de enseñanza; somos todos y cada uno de los adultos, que por comodidad, debilidad, o reacciones a épocas pasadas, hemos ido haciendo dejación de nuestra obligación para con nuestros hijos. No es necesario el autoritarismo para mantener la autoridad, ni escatimar para evitar el derroche, ni ejercer la violencia para marcar el espacio de cada uno. Nuestra obligación como padres, maestros o dirigentes es educar a los niños, prepararlos lo mejor posible para que, cuando llegue su momento, construyan el futuro. Y toda la sociedad depende de eso. Nosotros, que ahora nos creemos controladores del tiempo, también llegaremos a depender de ellos, y entonces vamos a sentir en nuestras propias carnes esa educación que ahora estamos descuidando, y este proceder blandengue e indeciso de hoy será el descontrol y la inseguridad de mañana. Un mañana que ya empieza a vislumbrarse.

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