Diario de León

TRIBUNA

La prórroga del estado de alarma

Publicado por
DIEGO MORENO. DIPUTADO DEL PSOE POR LEÓN
León

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Esta semana, se ha aprobado, en el Congreso de los Diputados la propuesta del Gobierno de prorrogar el estado de alarma, declarado a raíz de la crisis de los controladores. Desde luego no voy a añadir nada más, todo se ha dicho, sobre este colectivo que en el puente de la Constitución consiguió ganarse la simpatía y el cariño de todo el país y parte del extranjero. Si acaso que les profeso cierta admiración, desde luego no por su más que probado sentido de la solidaridad y de la oportunidad, sino por su perseverancia y su inconformismo que, no en vano, les ha llevado a ser los grandes privilegiados del país. Y ya se sabe en e ste país hay mucho tiñoso y, como dicen por ahí, la envidia es muy mala. De tal modo que la gran mayoría no hemos podido soportar que una serie de individuos, y de individuas, además de embolsarse cantidades astronómicas todos los años y de forzar hasta lo exasperante su nivel de exigencia laboral, nos hayan estropeado el mejor de los puentes que nos ofrece nuestro bendito calendario de trabajo.

Debo decir, que en nada les ayudaron las imágenes que les captaron el día de los hechos, en clara actitud soberbia y algo contrariada, como si para ellos fuera realmente un fastidio tener que and ar a vueltas con este problema. Total, sólo eran cientos de miles de personas los que perdieron sus viajes. Viajes que, por cierto, cualquiera de ellos y de ellas hubiera pagado con tan sólo un par de horitas extra de curro, en los mandos de la torre. Por no hablar del maltrecho sector del turismo que se frotaba las manos, pensando equilibrar las cuentas del año a costa de los esforzados controladores y controladoras.

Pero no es mi intención cargar las tintas sobre los indiscutibles protagonistas de esta historia porque, como digo, ya se ha hecho suficientemente y reconozco que no precisa de demasiada habilidad literaria. Mi intención es realizar una reflexión no tanto sobre la medida inicial de declarar el estado de alerta, sino sobre la de prorrogarlo durante el periodo navideño. Para empezar, es evidente que una medida es eficaz cuando consigue atajar el problema con el menor número de consecuencias adversas y, por supuesto, consigue reducir drásticamente las que ya ocasionó el problema en sí. Y a juzgar por los hechos, poco después de entrar el Decreto en vigor, se reabrió el espacio aéreo y se devolvió la «normalidad» al tráfico aeroportuario. No digo que no sea un poco engorroso para los trabajadores y las trabajadoras desarrollar su actividad con un destacamento militar vigilando sus movimientos pero, para el personal de a pie, entiéndame, no supone incomodidad alguna y en cambio, sí la certeza de que no se van a pasar una jornada en las bancadas de la T4 y, lo que es más bonito, que van a llegar a sus destinos dentro de unos márgenes horarios prudenciales (tampoco vamos a decir ahora que era todo de color de rosa antes de la crisis del personal de tierra). Además, permítanme la licencia, quién no sintió un cierto regustillo cuando nos enteramos de que gracias al estado de alerta algunos de ellos y de ellas iban a bajarse del tren de vida en el que se habían montado y responderían con sus propios bienes por su actitud de rebeldía perseverante e irreverente. Lo de la cárcel, reconozco que tiene menos gracia.

Hasta aquí, nuestra eficiente oposición no tuvo más remedio que declarar, no sin ciertas reticencias, su apoyo al Gobierno. Eran muy conscientes de que la opinión pública aplaudió la inteligente estrategia de éste. Al fin y al cabo, más allá de la excepcionalidad de una medida que se tomaba por primera vez durante la democ racia, todo eran consecuencias positivas. Pero quince días más tarde, las negociaciones no han avanzado lo suficiente y por tanto, se hace necesario, amparados en la Constitución, y previa consulta al Congreso de los Diputados, prorrogar el estado de alerma. La justificación que ofrece el Gobierno es que durante un periodo tan sensible para la mayoría de españoles y de españolas y en el que se viaja tanto, no vale la pena correr el riesgo de que se vuelva o producir otro caos aéreo. La discusión está servida. Los populares y sus más fieles opinadores salen a la carga por la imprevisión del Gobierno y a su juicio, por su falta de capacidad en la búsqueda de soluciones alternativas, que no signifiquen militarizar las torres de control. Claro, ellos conocían otro modo de tener a raya a este colectivo, consistía en concederles sin chistar todas las prerrogativas que éstos eran capaces de plantear. Sin duda, toda una demostración de habilidad negociadora y de firmeza política, por parte del ex-ministro Cascos, que nos ha llevado hasta este punto. Y ahora, cuando tienen que posicionarse, porque el trámite parlamentario les obliga, no saben donde ponerse para caer de pie. Si votan en contra, se les echa la opinión pública encima, por razones fácilmente comprensibles y si votan a favor, parece que estuvieran aplaudiendo la inteligente estrategia del Gobierno. Así que, como era de prever, acaban optando por un fácil «critico pero me abstengo». Cuestiones tácticas a parte, yo me pregunto si todos los que emitían su opinión contraria a la prórroga lo hacían porque confiaban ciegamente en la palabra de un colectivo que había demostrado sobradamente su abnegada lealtad al Estado o si acaso porque estaban ellos mismos dispuestos a asumir los riesgos derivados de otra deserción en masa de los controladores en pleno alboroto navideño. Quizá lo que realmente les molestaba es que el estado de alarma les obligaba a aplazar por unos días, mientras esté en vigor, la materialización de su deseo más público y casi único: la posibilidad de una convocatoria adelantada de elecciones.

La anécdota la protagonizó el club de diputados del PP del puro y la manzanilla que estaban, tan sumamente embebidos en profundas reflexiones de salón, no tan interesados por el debate que se estaba desarrollando en la Cámara, que no escucharon la insistente llamada a votaciones y cuando desperta ron de su letargo se encontraron las puertas cerradas. A partir de ahí nos deleitaron a los que sí estábamos presentes, en un alarde de exquisita educación conservadora, con un pateo insistente de las puertas de entrada al hemiciclo, muy acorde con el lugar en el que se hallaban. Sin duda, un ejemplo de aceptación de las normas del juego democrático que prueba lo poco acostumbrados que están estos señores a encontrarse puertas cerradas. Ahora que tenemos prórroga, esperemos que no tengamos que ir a los penaltis.

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