Diario de León
León

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No existe forma más cazurra de alejar con cariño, como ha patentado con tino Pedro Trapiello, que ese arímate pallá. Latiguillo verbal con el que igual se avisa a la paisana en la cama para que no ande con los pies fríos en las corvas ajenas, que se anima al rapaz para que haga espacio en el escaño y el abuelo pueda descabezar una siesta. La misma fórmula con la que Francisco Fernández ha despachado esta semana a su concejal de Hacienda, Miguel Ángel Fernández Cardo, camino de las Cortes autonómicas. Ahí marcha —otra expresión leonesa que implica alejamiento— más allá de León, donde su líder se quita de encima la sombra del IBI y el presupuesto nulo del 2008; mientras, alardea del factoring, que no volatiliza la deuda como pretenden hacer ver, sino que se mantiene con los bancos, aunque sí es lo más cercano que han tenido los proveedores históricos de cobrar por sus servicios.

El premio envuelve la culpa implícita del alcalde con la encomienda de «conquistar Valladolid», aunque esconde la máxima de que la torre se puede perder, pero si cae el rey termina la partida. No cabe el artificio de hacer pasar por más importante poner un mojón en las Cortes que armar la estructura que debe sustentar, en caso de repetir Alcaldía, el endeble andamiaje económico del próximo mandato. Pero la central de propaganda del PSOE ha revestido el nombramiento como un refuerzo del posicionamiento leonesista que tendrá el partido en Valladolid, consciente de que Cardo forma parte de ese grupo al que con sorna los veteranos del puño y la rosa llaman «abertxales». Herederos de aquella pancarta de los ochenta, en la que se leía «Somos socialistas, pero antes leonesistas» que luego se plegaron con servilismo al reparto autonómico que unció al león al yugo de Castilla. Ambiguos al estilo Julio Iglesias cuando dice que le gusta España, mientras vive en Miami, que no pasarán de levantar un poco la voz si un día, en el hemiciclo vallisoletano, alguien utiliza la palabra región en lugar de Comunidad. Arietes romos que participan de la comedia zapaterista en la que, en un momento dado, para ganar coro en un territorio, se escenifica la revuelta pactada contra el estamento superior sin que nunca pase de juego de salón. Suenan los clarines para anunciar de nuevo que prietas las filas. O como mucho, arimadas.

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