Diario de León
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S aber el final desde un comienzo estropea las películas de Almodóvar, las partidas de mus y los debates. La trama se convierte en cháchara, en un diálogo tan insustancial como el guión de un largometraje de Nacho Vidal; mientras los personajes hacen como si supieran actuar, el espectador se arrellana en la consciencia de que, en el momento de descubrir que el asesino es el mayordomo, alguien va a acabar jodido.

Esta certidumbre, este sentir que el estreno vendido como original no resulta más que un remake, empapa la propuesta del PSOE leonés para la creación de un grupo propio en las Cortes autonómicas. Una pamplina que los socialistas leoneses liderados por Francisco Fernández ya expusieron en el último congreso autonómico del puño y la rosa, donde la idea pasó como una broma, desarmada a las primeras de cambio incluso por alguno de casa como Agustín Turiel.

Dormido desde entonces en el armario de los recursos, el planteamiento resucita a las puertas de las elecciones para impregnar la candidatura socialista leonesa a las Cortes. Esa lista a cuyos integrantes sólo les queda rezar en el panteón de los reyes y prometer por los huesos de los héroes del Corral de San Guisán que recuperarán el honor del reino. «¡Leoneses, la patria está en peligro», vociferan, sin dar importancia a que su partido defienda el mapa autonómico como Frodo el anillo; aunque si ellos llegaran al abismo de Helm, se convertirían en Gollum.

En este debate se sumerge con gusto Óscar López. Fajador, criado en Ferraz pero al gusto de Gobelas, sabe que el juego consiste en dar tanza. Lector de Lampedusa, ríe cuando viene a León porque sabe que nada hay más fácil que cambiar algo para que nada cambie. Una reinterpretación de El Gatopardo, a ritmo de pasodoble, para captar el voto leonesista que han hecho cautivo en los tres últimos años. La invitación al diálogo sobre el grupo propio del PSOE leonés en las Cortes sólo pasa por una polémica contenida en la que enredar al electorado y ganar distancia con el PP, que se ha puesto nervioso, encastrado como está en el puzle autonómico y sin opciones a la galería. Sólo hay que echar mano del pensamiento lateral y confiar en que nadie descubra el acertijo de Lincoln: «Si llamamos pata al rabo, ¿cuántas patas tiene un perro?» Aunque parezca otra cosa, sólo suman cuatro, llamarlo pata no convierte al rabo en otra cosa.

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