Diario de León

tribuna

Premios: ¿chiripa, razón o gremio?

Publicado por
JOSÉ LUIS GAVILANES LASO. ESCRITOR
León

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La parroquia balompédica nacional ha pasado de enfurruñada a resignada, porque el Balón de Oro de este año no haya recaído en Iniesta o Xavi, dos de «la roja», actual selección campeona de Europa y del Mundo. A juicio de una ecuménica amalgama de postulantes, el mejor del año y por segunda vez consecutiva ha sido, y con razón, el argentino Messi. Vista de azulgrana o blanquiazul, flota sobrenaturalmente sobre el césped, pero sin haber alcanzado todavía la gloria de un mundial. Los premios deportivos dejados al libre albedrío, sin reglas, baremos ni criterios objetivos, puede ser de lo más arbitrario. Dejar la suerte al capricho individual, el supuesto criterio que podría funcionar en un caso no funciona en otro. En la votación para las Olimpiadas del 2016, la elección de Río de Janeiro, frente a la candidatura madrileña, tuvo más fuerza el hecho de que España había tenido los juegos de Barcelona que contar ya Madrid con mejores infraestructuras deportivas, hoteleras, de comunicación, seguridad, etc. Otro tanto podríamos decir de la reciente concesión del Mundial de Fútbol 2018 a Rusia, frente a la candidatura conjunta de España y Portugal, con todas las infraestructuras prácticamente ya acabadas. Pero España ya lo había organizado en 1982 y ni Rusia ni la antigua URSS lo habían organizado nunca. Tener, pues, una concesión precedente, puede no ser obstáculo (Messi) o ser excluyente (Madrid y España). La implantación de unas reglas o criterios precisos y transparentes evitaría gastos, decepciones y disgustos, pero iría en de trimento de intereses más poderosos.

Dejo a un lado los premios de lotería, quinielas, primitiva, etc. que son pasto de la potra o chiripa (en especial a Carlos Fabra, presidente del PP y de la Diputación en Castellón, tocado milagrosamente, esto es, sospechosamente, cuatros veces por la diosa Fortuna). Y al margen los concursos musicales de Eurovisión, por pluscuamperfecto compadreo. O los Nobel, en los que las circunstancias políticas y de otra índole suelen influir lo suyo. O los de licenciatura o doctorado de las universidades, en que se barre con fuerza hacia la propia área de conocimiento. ¿Y en belleza femenina? Aparte de otras consideraciones, resulta absolutamente subjetivo discernir quién es la más mona. También aquí España ha tenido su «La,la,la». La española más mona de Cataluña, de España y de Europa en 1961, y la tercera del mundo en el certamen de Miss Universo, fue María del Carmen Rosario Soledad Cervera («Tita»), baronesa Thysen, por haberse casado con el barón en propiedad de la colección privada de arte más importante del mundo. «Tita» llegó tan lejos y subió tan alto porque supo desfilar con arte sus encantos. Tras la muerte del barón, tiene mucho más arte, pero ya menos encantos. Otro asunto es el de la concesión de los premios literarios. Pongamos en primer lugar los que tienen sello periodístico. Entre los miembros del jurado de estos premios suele ser requisito la del ganador del concurso anterior. El corporativismo y la endogamia son, pues, tan evidentes, que resulta tan escasa o nula la probabilidad de éxito de articulistas ocasionales, como que se pesquen besugos en el Bernesga (aunque dicen que en las orillas, haberlos, haylos). El premio más importante del género es el «César Ruano», de la Fundación Mapfre. Resulta casi imposible que, por muy bueno que sea el artículo, pueda recaer en un mindundi desconocido que, encima, escribe en el Pensamiento de Truchas, si lo hubiere. Los premios vienen repartiéndose entre los columnistas de los principales diarios nacionales. Con los «Ortega y Gasset», de El País, o el «Miguel Delibes», convocado por la Asociación de Periodistas de Valladolid, que obliga incidir sobre el lenguaje y los medios de comunicación, pasa otro tanto. Son premios en los que es pasión inútil competir con los del gremio. Si lo haces, lo más que consigues es que te perdonen por algo parecido al «allanamiento de morada». Dada su condición de advenedizos aún no ungidos ni bendecidos, los foráneos articulistas provincianos no tienen otra consideración que la de intrusos dignos de la peor suerte.

Dejemos al margen los premios Planeta, Nadal, Adonáis, Nacionales etc., donde, más o menos, influyen intereses comerciales o el amiguismo, y hablemos sólo de los modestos galardones literarios, prosa y verso. Cuando cumplió los sesenta y cinco, un orgulloso amigo mío de la Sobarriba estaba ya en condiciones de concurrir a los premios para mayores nacidos en Castilla y León, que convocaba todos los años la Consejería de Familia y Bienestar Social de la Junta. La entrega de premios, con posterior pequeño ágape entre los asistentes, tenía lugar en la Feria de Muestras de Valladolid. El último premio de relatos se lo dieron a una salmantina que en forma de prosopopeya daba pulso y razón a una máquina de escribir con un pasado de cartas amorosas, sentencias de ejecución y otras historias, hasta quedar arrumbada en el desván. Frustrado, pero contumaz, el de la Sobarriba decidió presentarse en lo sucesivo siempre con el mismo relato. Pero vino la crisis a fastidiar, se fue a hacer puñetas el certamen y mi amigo se quedó compuesto y sin premio.

En tiempo cuya fecha no recuerdo, aparecieron enchinchetadas en un castaño del Parque de Quevedo de León las bases de un concurso de poesía. Había la obligatoriedad de introducir en el texto las palabras «amor» y «árbol». Me presenté con un poema de seres inmutables a los gritos desgarradores de quien busca angustiosamente compañía. Debí ser el único aspirante. El mecenas era un jubilado ferroviario que acababa de enviudar. Se le ocurrió que el mejor homenaje que podía rendir a su difunta esposa era crear un premio que tuviese el amor y la naturaleza como requisito obligatorio. A este propósito destinaba íntegra su modesta paga extraordinaria del mes de julio y la entrega de un diploma acreditativo confeccionado por él mismo. Nunca he visto mejor póstumo cariño conyugal ni contrapunto mayor a la violencia de género. Me deshice pronto del dinero, pero guardo el diploma en el ángulo más sagrado de mi hogar y el gesto en el rincón más florido de mi alma.

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