Diario de León
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caballero
León

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E l Crucero no es una metáfora. Hay nombres que resumen una vocación. Bautizos en los que la voz del padrino se impone como un ensalmo de lógica. Nadie sabe qué traerá el tiempo, dónde irá el porvenir con los despojos del presente. Pero entonces, en 1863, aquel futuro de hierros que hoy se devora a sí mismo fue el anuncio del progreso. Las vías, en aquel pasado, sonaban a monedas que rodaban por las traviesas para entrar en la ciudad. Poco a poco León, enseñoritada dentro de sus murallas, acomodó al otro lado del Bernesga un muelle en el que abrevar los caballos del vapor. Crecieron las casas como las setas de San Jorge y en cada cocina, al lado de la chapa, donde el calor significaba hogar, había una cara tiznada para representar la felicidad, una máscara de carbonilla en la que dibujar una sonrisa con el blanco de los dientes.

Aquella primera etapa pronto buscó senda. Los raíles continuaron con su diálogo hacia el oeste, en 1866, y se encontraron la trocha que dibujaban los boyeros para entrar en la ciudad con sus carros espoleados por la aguijada. Los ferroviarios tenían predicamento en las tabernas de la ciudad, como los marinos en los puertos. Un orgullo que forjó con la fortaleza del acero la identidad del ferrocarril. Entrevías pasó de marca a blasón. La tradición se alimentaba en las calderas y los hijos no olvidaban que querían ser como sus padres después de cumplir los 16 años.

El siglo se coló en la historia de León con la revolución en la frente y la industria en la espalda, mientras la ciudad se estiraba en un Ensanche que luchaba por llegar al río. Los hornos fraguaron aulas que cocían conciencias de clase y los talleres se convirtieron en ateneos anarquistas como el que alimentó la leyenda de Buenaventura Durruti. Vino la guerra con sus convoyes llenos de soldados y el barrio se enmarcó en un fondo plomizo. El escenario del verso en el que Neruda se pregunta si hay algo más triste en el mundo que un tren inmóvil bajo la lluvia. Siguió el tiempo y ninguna de las modas consiguió que el oeste traspasara la pantalla del Bernesga. Al ritmo del abandono de las herencias de aquellos pioneros del vapor se multiplicaron los acentos, las razas y los colores. Otra vez el muelle en el que dar vía a un sueño, cuando el futuro, de pronto, se coló en un símil de pájaro. La caída de una barrera que no debe quedarse en metáfora.

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