Diario de León

TRIBUNA

Pintando paredes en el campus

Publicado por
M. ANGELA BERNARDO ÁLVAREZ. UNIVERSITARIA
León

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Las pintadas o «grafitis» forman parte ya de nuestra vida diaria. En unas se reclama el amor, llenando paredes de ladrillos de corazones y «te quieros», aflorando ese espíritu primaveral como la mejor dosis en vena, para poner una sonrisa en la comisura de los labios de quien, solitario, lee lo que otros se escriben. En otras, las inevitables reivindicaciones políticas, culturales y sociales. Claman contra los bancos, contra los políticos, contra la manipulación y por la libertad y derechos que siguen perpetuando el ser quienes somos, a pesar de las crisis, del pesimismo que invade a veces nuestras calles.

El campus de Vegazana no es ajeno a las pintadas. Aun con kilos y kilos de pintura encima, siempre aparece alguna reivindicación, casi siempre política, anunciando nuevos grupos de jóvenes que revolucionan el mundo, con ecos de aquel mayo del 68, gritando en las paredes lo que no encontraron bajo los adoquines: la arena de aquella playa utópica donde a veces quisiéramos naufragar. Hoy, sin embargo, de camino a la Universidad, una pintada me ha revuelto el estómago. Junto a una bandera española, había una frase que ha caído como un jarro de agua fría sobre mí. Sobre la pared se podía leer «los españoles primero», en el edificio anexo a la Biblioteca San Isidoro, y, curiosa e irónicamente, al lado de la escultura del Pensador de Víctor de los Ríos. La firmaba un grupo de política de extrema derecha, conocidos por sus acciones xenófobas y racistas, cercanos a la ideología de un tal Jean-Marie Le Pen.

Es irónico que este tipo de pintadas se sucedan en el Campus de Vegazana, donde conviven personas de mil lugares diferentes, españoles o no, que a diario trabajan, estudian, investigan, leen, aprenden, enseñan. ¿Cuándo aprenderemos que nadie es mejor que nadie por haber nacido en un trozo de tierra determinado, delimitado por fronteras artificiales? ¿Cuándo podremos reconocer el prestigio y la trayectoria profesional de las personas, sin discriminar por raza, color de piel o idioma?

Es triste que aún hoy se sucedan estos pensamientos, en un Campus donde conviven estudiantes Erasmus y Amicus de mil sitios distintos, profesores extranjeros que vienen a terminar su tesis o impartir clases. No, «los españoles no deben ir primero», no podemos permitir este tipo de pintadas en ningún sitio de nuestra ciudad, y mucho menos dentro de la Universidad, no podemos consentir que cierto tufillo racista impregne nuestras paredes. Menos aún cuando volvemos nosotros a ser los emigrantes en busca de un futuro mejor, quizás a Alemania, puede que a Reino Unido o tal vez a América. Parece que en todos estos años no hemos aprendido nada, porque igual que nuestros abuelos sufrieron discriminación en sus años fuera de nuestra tierra, deberíamos ser los primeros en hacer callar esas voces que se alzan, minoritarias sí, pero estruendosas, discriminando al «otro» solo por no tener un carné que especifique que su lugar de nacimiento se sitúa en España.

Lo cantaba mejor Miguel Hernández hace setenta años en sus poemas («Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta»). Hoy en día los pueblos ya no son únicamente los de «asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, gallegos de lluvia y calma o castellanos de alma». Hoy en día los pueblos se esparcen por la mitad de este planeta, y por eso vienen ciudadanos de los lugares más recónditos a nuestra ciudad, para desarrollarse profesionalmente, para trabajar en esta Universidad que se hace un poco más grande gracias a la interculturalidad, al aprendizaje de lo desconocido, porque precisamente el saber debe ser el pilar sobre el que se desarrolle el crecimiento personal, formativo y profesional de todos aquellos que pisen un campus universitario.

Lo decía mejor Albert Camus, autor de «El extranjero», quien decía que «amaba demasiado su país como para ser nacionalista». Ojalá supiéramos enriquecernos con la ingente cultura que nos traen las miradas de los otros, las historias de aquellos que pisan por primera vez nuestras fronteras, porque «no olvidemos jamás que lo bueno no se alcanza nunca sino por med io de lo mejor», que diría Víctor Hugo.

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