Diario de León
León

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El futuro se ha hecho presente. Está ahí, en la calle de mayo, empedrada por el pulgón de los chopos. Esa costra primaveral, acentuada por la campaña política, que esta semana ha empezado a levantar a soplidos la legión pacífica de la ciudadanía. Jóvenes - y no tanto- indignados por un sistema democrático en el que se sienten apátridas. Ciudadanos que acampan en la calle, hartos de verse arrastrados por ella por parte de los partidos políticos, conscientes de que serán la primera generación que vivirá peor que sus padres.

Justo ahora que la ceremonia de las urnas volvía con su falsa apariencia de normalidad, se han levantado para exponer que el voto no es la esencia de la democracia, como intentan hacer ver quienes reducen así la libertad del pueblo para dar coartada legal a cuatro años más de barra libre. Otro cuatrienio de recortes, mientras los políticos derrochan en autopropaganda y dietas; otro cuatrienio de falta de empleo y huida de jóvenes, mientras por la puerta de atrás, con el carné de los partidos, se cuelan en las administraciones públicas manadas de familiares y apesebrados; otro cuatrienio de despotismo ilustrado en el que se incentiva la necesidad para justificar la creación del miembro y los favores a los empresarios amigos… La rebelión pacífica ha dado al traste con el trabajo de los cocineros del todo-vale político. Charlatanes que se habían abandonado a las recetas de la parrilla televisiva, los cazadores de tendencias de Zara y los relaciones públicas de JB: dar al consumidor-votante lo que quiere oír mediante la generación de una uniformidad en la que todos se sientan diferentes. El tratamiento de los ciudadanos como adolescentes con discursos acomodados, ideologías aplazadas, eslóganes vacíos y mensajes simples; cargas de profundidad dispuestas para despertar la sensación inconsciente que estimula el azúcar en los niños. Todo listo para un consumo rápido, casi aséptico: Sálvame o DEC; la blusa cuello barco o la camiseta corte imperio; con coca-cola o sólo con tres piedras de hielo… La simplificación de la democracia como parte del sistema de consumo, como consecución de la inopia en la que Bart Simpson le recuerda a Homer que, gracias a lo maravillosa que es la tele, no se acuerda ni de lo que ha hecho hace siete minutos.

Pero el presente ha vuelto, cargado de pasado.

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