Diario de León
León

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Ahora que León vuelve a mirar al suelo para encontrar el fruto, como en cada alborada veraniega, se enciende el festival de las cigüeñas. Detrás de cada tractor se arma una procesión de zancudas fieles y abnegadas. Jornaleras de estío que se suman a la ceremonia de la siega para purgar entre los tallos duros los coros de grillos, las turbas de ratoncillos de campo y los atléticos equipos de saltamontes que quedan a la intemperie al paso de las cuchillas que nutren la empacadora. Estiradas y orgullosas, aparecen en bandadas como un manto de escolta de los agricultores y se desperdigan por las eras en su afán de alimentar el buche con lo que puedan llevarse en el pico.

El empecinamiento de la costumbre natural admite este año como coincidencia la muda democrática de los ayuntamientos. Donde no se perpetúa el mando como una rutina de los cuatro, ocho e incluso más de treinta últimos años, el desalojo de los despachos con firma autorizada para disponer el gasto se acompaña de la trilla de las cohortes de mercenarios políticos que han nutrido el poder. Apéndices de concejales y alcaldes, agrupados en listas interminables de trabajadores de confianza o enchufe amorrados a la teta de las arcas públicas; seudo expertos satélites de concejalías agrupados en camarillas para premiar a los pelotas afines y excluir a los díscolos ajenos a la doctrina oficial; conseguidores de favores hábiles para traducir el amiguismo en talones y licencias; empresarios asiduos de las concesiones de contratos públicos con fondo de reptiles para premiar a un amigo cariñoso… Toda una fauna que se prepara para la trilla que se avecina con la constitución de los nuevos equipos de gobierno.

A la puerta se aprestan ya los recambios para mantener bien engrasado el sistema. Apesebrados con ganas de revancha que ya han empezado a rendir pleitesía al nuevo baranda y hacer valer sus credenciales de afinidad, expertos en cambiar de barco, soldaditos de fortuna sin escrúpulos para cumplir con las encomiendas que El Padrino, agotadas todas las opciones, reservaba para Luca Brasi. El secreto queda en el susurro que Carlo, enviado por Michael Corleone, deja en la oreja de Luchessi antes de apuñalarlo con sus propias gafas de pasta: «El poder agota a los que no lo tienen».

Campo abierto para el ramoneo de las cigüeñas.

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