Diario de León
Publicado por
manuel alcántara
León

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L os deportistas sentados solemos hacer un único ejercicio: ponernos de pie para aplaudir a los que se mueven con rapidez y acierto. ¿Qué sería de los ídolos de la afición si no les pusiéramos en un altar? A poco que se reflexione sobre la psicología del hincha se da uno cuenta de que los furibundos partidarios lo son porque se han atribuido una parte alícuota del triunfo. Aunque sean muchos caben algo. Por lo menos caben todas las discusiones en los bares: si Messi no solo es mejor que Cristiano Ronaldo, sino mejor que Maradona. (Entre los dos, si me dieran a escoger, puesto a decir tonterías, mi elección es clara: elegiría a Di Stéfano). Por una vez se ha dado la unanimidad. Rafa Nadal le cae bien a todo el mundo. ¿Cómo es posible que en España no tenga detractores un triunfador absoluto? Algo está fallando en el llamado espíritu nacional. Este admirable muchacho es querido por todos, incluso por los que no aguantamos un partido de tenis en el sofá, no digamos sobre el terreno, aunque sea de tierra batida o como se llame. El espectador de tenis nunca sufrirá una tortícolis, pero sé de alguno que ha sufrido un infarto

Hay que tomarse muy a pecho el deporte para correr esos riesgos en absoluta inmovilidad. Hablo de los hinchas, no de los admiradores más o menos apasionados. Admirar es, según Ramón Pérez de Ayala, «uno de los grandes placeres en esta vida transitoria»

No se lo pueden permitir los que desertan de los altares donde estaban sus ídolos y los sustituyen en las hornacinas a las primeras de cambio, o sea, cuando cambia la suerte. La estimación por algo o por alguien debe ser un sentimiento duradero. Aprendí, cuando era cronista de boxeo, más que de mis poetas favoritos, en cuanto a la soledad. Me bastó entrar en el vestuario de los vencidos. No había nadie, más que el médico y el manager. Los admiradores estaban todos en el del vencedor.

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