Diario de León
León

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En este verano alemán que le ha tocado a León manadas de guiris y urbanitas se afanan por un imposible en la tierra que vino a liberar Pelayo: la cobertura. Otro detalle de que el tiempo encalló en un territorio empobrecido y engañado con la ecuación simple del vamos a hacer y no se hace, que usan los políticos en este lugar desde antes de la convocatoria de las cortes leonesas. No hay cobertura para saludar por el twiter mientras se pasa la vacación, consultar el correo o, más simple y usual, una llamada telefónica.

No hay señal de telefonía móvil para los incrédulos visitantes, habitantes ocasionales, leoneses regresados de la diáspora migratoria al pueblo del abuelo, por la misma regla que existen los cruces tercermundistas de la N-120, las intersecciones que atentan contra la integridad física, las travesías urbanas donde los coches amenazan con matar peatones, puentes extremos como ese con curva en la N-601 sobre el Porma; no hace falta ir a los confines del mundo leonés para ver el retraso en las comunicaciones; en un paseo hasta Montejos y otro hasta Mansilla se acumulan las tropelías que siguen ahí; Gobierno tras Gobierno, delegado tras delegado; predicador tras predicador.

La transición hacia el mundo tecnológico es un estado de gracia pendiente en la mayor parte del territorio, un ente que quería ser Navarra y anda a medio camino entre Somalia y Uganda. Y el visitante, creído de estar en zona de vanguardia -"eso del desarrollo sostenible y la igualdad del mundo rural y el urbano es un bulo capaz de crear atmósferas falsas-" no deja de preguntarse por la cobertura, si hay tres ges, el envío de datos y la conversación pendiente. Y el lugareño, menos necesitado de esa aportación del mundo libre y moderno que da el apego y la esclavitud del móvil, explica lo que le oyó al superconsejero del ramo: que hay cobertura donde hay gente y aquí, en León, o no la hay o no lo somos. La gente.

Por eso es fácil que la estampa más llamativa en los confines de León, en este verano con el ceño fruncido que nos ha traído el Zaragozano, sea la de grupos de gentes con el teléfono al viento, a ver si por ciencia infusa se enganchan a la señal tan consistente como el espíritu de la golosina. Si lo logran, subidos a una peña, podrán explicar la demora en la conferencia por la imposibilidad de hacerlo en un sitio como León, que quería ser Navarra.

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