Diario de León
Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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Los procesos terroristas europeos que han coincidido en el tiempo en la segunda mitad del siglo XX han sido bien distintos unos de otros y las analogías son también dudosas. Sin embargo, hay cierta semejanza entre el final del IRA irlandés y este agónico declinar de la ETA vasca. Y resultará quizá ilustrativo resaltarla.

El pacto definitivo de la paz en el Ulster se consiguió en 1998, y en los primeros años dos mil se desarrolló propiamente el proceso de construcción del nuevo modelo de convivencia entre las dos comunidades, los unionistas protestantes y los republicanos católicos. Hubo forcejeos sobre el desarme y la supervisión del IRA, polémicas sobre las últimas actuaciones de los terroristas y, por supuesto, dudas sobre el los tres principales líderes del Sinn Fein —Gerry Adams, Martin McGuinness y Martin Ferris—, el brazo político del IRA, eran en realidad políticos o más bien los propios dirigentes de la organización terrorista. El 20 de febrero de 2005, el ministro de Justicia de Irlanda Michael McDowell acusó públicamente a los tres de ser miembros del Consejo Militar del IRA; los aludidos negaron la acusación, pero finalmente en 2007, cuando Martin McGuinness era ya viceprimer ministro norirlandés junto al unionista Ian Paisley, se descubrió su pertenencia en el pasado a la cúpula del IRA Provisional. quí, las dudas son similares: ¿son Otegi y Díaz Usabiaga, antiguos líderes de Batasuna, el brazo político de ETA, simples afines a la organización terrorista, o son en realidad los propios líderes de ETA? La respuesta al interrogante tiene cierto interés político pero, sobre todo, es de gran alcance judicial porque, como es lógico, la pertenencia a una organización terrorista está severamente castigada en nuestro Código Penal.

La condena a diez años que ha recaído sobre Otegi y Díaz Usabiaga, que probablemente será anulada por el Tribunal Supremo, es jurídicamente defendible en abstracto toda vez que ETA sigue siendo una organización terrorista, bien armada, que no se ha retractado de sus crímenes ni ha entregado las armas ni ha anunciado su desaparición. Nadie debería poner, pues, el grito en el cielo por una condena que es similar a la que ha recaído contra docenas de dirigentes de ETA en el pasado. Así las cosas, el obstáculo que se interpone en el camino hacia la paz definitiva en Euskadi no son los tribunales, como dicen a gritos los simpatizantes de la izquierda abertzale, sino la propia ETA, que no da el paso definitivo. Cuando este paso esté dado, resultará absurdo mantener en prisión a dirigentes del ámbito etarra que no tengan sobre sus espaldas otros delitos que el de pertenencia, aunque nadie debe suponer —y conviene decirlo precisamente ahora— que el final del terrorismo borrará unos crímenes que ningún régimen de libertades podría perdonar.

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