Diario de León

TRIBUNA

Eufemismos y disfemismos

Publicado por
josé luis gavilanes laso. Escritor
León

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El lenguaje está muy lejos de ser algo neutro e inocente, pues comporta generalmente una carga intencionada positiva o negativa. A quienes nos siguen afectuosamente les gratificamos como «compañeros» o «camaradas»; en cambio, quienes secundan a nuestros rivales son como integrantes de las SS redivivas, esto es, «sicarios» y «secuaces». El lenguaje denota o connota. La connotación es un sistema segundo de comunicación que implica nuevos sentidos o valores agregados al significado referencial o denotativo de los signos o palabras. En el ámbito de la connotación hay que situar al eufemismo, o «bien decir», y el disfemismo, o «mal decir». El primero es un procedimiento de sustitución de la expresión que se considera hiriente, inoportuna, vulgar, dura, grosera, malsonante, incluso peligrosa, por otra elegante, suave, decorosa, que tienda a dulcificar o a atenuar el significado susceptible de molestar o afligir. Sabemos que existe todo un elenco de palabras tabú (referidas a la escatología, sexo, muerte, prostitución, marginación social o política, etcétera) que obliga a los hablantes a sustituirlas por expresiones o perífrasis eufemísticas que suavicen, disfracen o hagan menos estridente el contenido implícito de las mismas. El disfemismo, por el contrario, consiste en utilizar expresiones peyorativas para degradar o desvirtuar a personas, cosas, hechos, etcétera. Trátase de una reacción frente al puritanismo o inhibición, con la intención de ridiculizar lo que se nombra con alcance humorístico, irónico, sarcástico, incluso cruel, al margen o en contra de convenciones establecidas, como cuando decimos de alguien a quien no «tragamos»: «ayer estuve con esa ‘cosa’»; o anticipando a un tercero su venida: «no sabe la ‘joya’ que le llega»; o refiriéndose a alguien con displicencia se le reduce la personalidad a «bulto sospechoso».

Las funciones del eufemismo en el pasado se hallaban bastante claras y respondían a una noción perfeccionista y estética de la lengua, atenuando o eliminando la tensión del discurso. Hoy nos enfrentamos a una realidad socio-lingüística diferente. El empleo del eufemismo como forma de reducir el tabú se ha reducido enormemente. De hecho, se tiene a gala el uso de malsonancias, convirtiendo el disfemismo en un procedimiento común en extremo. Este cambio se hace más patente en el habla juvenil. Cuando alguien ha cometido un fallo, lo corriente ya no es decir que se equivocó o «metió la pata», sino que «la cagó». Disfemismo este ambivalente, pues sirve también para expresar la excelencia: «está que te cagas».

Pero lo realmente grave es la utilización de eufemismos como arma de cambio social y, lamentablemente, de manipulación manifiesta. Considerada la riqueza como un valor primordial en la axiología actual, se justifican todos los procedimientos para conseguirla. Como señala Enrique Gallud, «la voz ‘usura’ se deshecha por su carga negativa, sustituida ahora por ‘financiación’, que viene a ser el mismo sistema de pago con intereses desmesurados, con la diferencia de que esta actividad —vergonzante y reprobable hasta hace poco— se publicita hoy no sólo como legal, sino como una ayuda al ciudadano». Una noticia reciente ha desvelado el alto sueldo del chófer del presidente de la Diputación de Málaga, reconvertido eufemísticamente para atenuar el escándalo en «asesor técnico de vehículos». La mudanza expresiva persigue aquí equilibrar la discordancia de una elevada e inusual remuneración y la modesta ocupación de conductor asalariado. Parecido recurso acontece cuando oímos hablar de «cargos de confianza” para huir del disfemismo “enchufados». El dinero se parangona con la calidad, de modo que una película de «bajo presupuesto» significa, simplemente, que es mala, lo que potencia la idea de que la mala calidad de algo no es culpa de las personas, sino de la falta de medios. Se está hablando continuamente del «rescate» de Grecia, esto es, el dinero que es preciso poner por diversos Estados de la zona del euro para que no quiebre el país cuna de Platón, como si se tratase de un pobre náufrago. Sin embargo, al náufrago se le rescata bondadosamente sin nada a cambio; y a Grecia se le rescata a cambio de condiciones durísimas para los griegos, por lo que ya no hay tal rescate, sino intereses codiciosos. Cuando oímos hablar de «ajuste laboral» o de «recorte de plantilla», hay que ponerse a temblar porque estamos ante un despido masivo cuyas pérdidas habrá que socializar. A la práctica del despido libre y gratuito se llama «flexibilidad del mercado de trabajo». Es curioso que una «revisión de salarios» signifique realmente una bajada de sueldos; mientras que una «revisión de tarifas» es siempre una subida de precios, también eufemísticamente llamada «actualización». Las delegaciones de la Hacienda pública pasaron hace tiempo a «agencias tributarias», pero tampoco les vendría mal denominarlas «oficinas de succión monetaria».

En lo casos antedichos, el eufemismo es una noción adulterada que tiende a favorecer los más diversos intereses. Esto puede conllevar graves implicaciones cuando se trata de los comunicadores ante su público. Como señala Gallud, «los periodistas usan por pereza términos inventados por políticos, economistas, sindicalistas, terroristas, jueces y policías bajo supuesta objetividad». Todos los que vivimos la época franquista recordamos cuando el «obrero» pasó sin éxito a llamarse «productor»; la «chacha», «sirvienta» o «criada» a «empleada de hogar»; o las acciones de los «efectivos» de policía se plasmaban en «montar un dispositivo» para «desmantelar» una «célula» que solía ser siempre «comunista». Se nos metió hasta el tuétano que «patriotismo» es el sentimiento por antonomasia de amor hacia nuestra nación, mientras que «nacionalismo» es el pérfido orgullo que las otras naciones sienten por el suyo. La lengua de los medios informativos nos conduce hacia un continuo desplazamiento de la responsabilidad. El «aborto» ha cedido el paso a la «interrupción del embarazo», con lo que se consigue una impresionante desdramatización; y al cambiar «drogadicto» por «drogodependiente» se elimina la noción de voluntad para enfatizar la de dependencia. Los eufemismos se convierten así en juegos del lenguaje muy utilizados en el discurso público, en los medios de comunicación y en la política. Los «moros» han pasado a ser «magrebíes»; los «negros» a «subsaharianos»; los «suspensos» o «cateados» a «no aptos»; los «enfermos» a «pacientes»; las «cárceles» a «establecimientos penitenciarios» y los «presos» a «reclusos»; los «ciegos» a «invidentes»; los «idiotas» a «deficientes», «discapacitados» o «subnormales»; los «tullidos» a «personas de movilidad reducida». Y un feo sin dinero nunca escapará de «feo» pero, si ha de pagar el nuevo impuesto sobre el patrimonio o sale en el Hola , se transmutará en tipo «interesante».

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