Diario de León
León

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Nos parecía que LM era Garoña, que El Bierzo podía ser un conato de Burgos, el Cerrato palentino o el rico Pisuerga, que el valle del Silencio iba a llegar desembocar un día en la pujante cabecera del Ebro, menos agraviada y más mimada, más amada por la madre Junta, como llegamos a creer que entre Oteruelo y Armunia florecería un Boecillo cualquiera. Espejismos, creencias fatas que los políticos se han encargado de hacer desvanecer a base de encender velas al santo por la energía nuclear y no soplar las velas del viento. Este es el destino cruel de los raseros con dobladillo que el final acaban por ahondar en el agravio a las gentes, según la vertiente de las aguas.

Las conclusiones que siguen a las ruedas de prensa, intervenciones, mociones, propuestas no de ley, interpelaciones al senado y así sucesivamente que ha provocado la fábrica para fabricar energía de viento berciana y la fábrica para fabricar energía nuclear convocan a los agnósticos de la partitocracia, al sanedrín de los incrédulos de un sistema que lejos de aunar separa, cose en vez de unir, amordaza en lugar de abrazar. No es la prime-ra vez que se organiza una campaña —bien justa, por cierto— por un aleteo de unas mariposas al otro lado de los montes facundinos y se saca el paraguas ante el diluvio universal a esta parte del oeste (oeste, como el plan del laboratorio de nubes y deseos de Zapatero).

No hay cabida para ilusiones en lugares en los que los sueños tardan menos en consumirse que lágrimas de San Lorenzo en caída libre; en esos parajes se pinta el futuro con matojos grises y polígonos vacíos, con gentes hartas de escuchar siempre la misma cantinela, que la reconversión siguiente traerá el progreso cuando aún no se acaba de sacudir la miseria de la anterior. Y así desde la década de los ochenta. Siempre el mismo problema; siempre el mismo resultado; gentes sin empleo en la calle.

El final del cuento de LM lleva parte de pasajes de la carta del Gobierno a los mineros de la montaña oriental; a los mineros de Fabero; a los empleados de Elosúa; los mismos pasajes que dedicaron al tejido productivo lácteo. A los difuntos leoneses que se murieron creyendo que en la provincia iba a prender la chispa industrial como Alemania salvó el Ruhr de la miseria. A los que se creyeron que la Junta nos iba a dar de comer a todos.

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