Diario de León

FRONTERIZOS

Palabras para un guión

Publicado por
miguel á. varela
León

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Se lo decía la bellísima Ingrid Bergman a Rick en el café más famoso de la historia del cine: «el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos». Juraría que Bogart aparecía fumando en esa secuencia (sí, queridos niños: los personajes de las películas, no sólo los malos, fumaban entonces en la pantalla y nadie se escandalizaba). El humo tamizaba la réplica de Rick en su reencuentro con Ilsa: «recuerdo cada detalle. Los alemanes iban de gris. Tú ibas de azul». Eso sucedía en una Casablanca de cartón piedra durante el gobierno de Vichy; en un decorado exótico de la industria hollywoodiense habitado por refugiados políticos, cínicos profesionales y buscavidas de todas las especies.

En el café de Rick se traficaba con visados, las autoridades llevaban comisión de las ganancias del juego, había un músico que ejercía de psicoanalista, las mujeres eran hermosas y la orquesta tocaba heroicamente «La Marsellesa» para chinchar a los nazis. El mundo se había derrumbado bajo aquellos uniformes grises, pero Rick ejercía de enamorado pragmático. Ahora el mundo se derrumba y nosotros asistimos, acobardados e incrédulos, al principio del fin de un sistema para el que nadie tiene recambio. El monstruo que hemos contribuido a crear impone sus normas, devora las conquistas y descubre la cuadratura del círculo eliminando de la política a los políticos, incluso a los políticos que sólo en apariencia ejercían la política, en un golpe de estado perfecto, de impecable factura indolora, inodora e insípida.

Ahora el mundo se derrumba y no encontramos los ojos de lluvia de la Bergman apoyados en el mentón helado de Bogart. El mundo se viene abajo y el decorado está habitado por contables vestidos de Armani, por esbirros a sueldo de la oligarquía, que ha decidido prescindir de molestos intermediarios elegidos por un pueblo desorientado y entontecido, al que le presentan la factura de una juerga en la que no recuerda haber participado. O quizá sí.

El mundo se derrumba y por aquí vamos a votar por el supositorio más adecuado a nuestro mal, aunque sepamos que la receta ya está preparada de antemano, que el remedio va a doler y por eso tememos que la operación quede en manos de algún aficionado con pocos escrúpulos. El estruendo de los escombros es tan intenso que apenas apreciamos las pocas palabras decentes que todavía suenan, como las de Emilio Lledó, que se atreve a decir que «la política es la función esencial de la vida colectiva y el político es esencial también en la dirección y en la orientación de esa vida colectiva». Palabras para un guión de la reconstrucción mientras el mundo se desmorona y todos buscamos un compañero con el que perderse en la niebla y decir «este ser el principio de una gran amistad».

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