Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

Smokin Mariano

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El día que murió Joe Frazier descubrí entre sus múltiples obituarios laudatorios que si le apodaban Smokin Joe no era porque entre toda su mala vida —paralela a la deportiva— sobresaliese más que otra su pasión excesiva por los cigarrillos, sino porque cuando le metía mano al saco de entrenamiento con el croché que una noche anestesió a Ali sobre la lona, el cuero escupía humo como la chimenea de una locomotora. Ahora pienso que puede que ese acabe siendo también un buen alias para el nuevo presidente del Gobierno: Smokin Mariano.

Pero cuando alguien lea su obituario, el vital o el presidencial, ojalá no descubra que tras ese sobrenombre no se escondía en realidad su delectación por los robustos habanos, sino sus embestidas virulentas y desordenadas al saco con el que ya su antecesor estuvo ensayando locuras contra la crisis. Si Rajoy logra salir airoso de esta asquerosa tormenta perfecta, el Smokin Mariano resultará un todo un elogio en sus epitafios. De lo contrario, sino es capaz de medir los golpes sobre el vapuleado y triste saco de tabas de la sociedad española que cuelga frágil sobre el gancho de la crisis, es probable que en no demasiado tiempo de con él en el suelo y entonces le será muy difícil o le llevará mucho tiempo volver a levantar todo lo desparramado. El pellejo está peor de lo que él pensaba. Pero el roto que le han dejado los socialistas no puede convertirse en el pretexto para perder el sentido a la hora de volver a tratar de encajar su contenido. Porque también puede darse la circunstancia de que el impulso pendular de los ganchos con los que empieza a crujirlo le sorprenda a él y lo deje tan sonado que tenga que apremiar la banqueta en el rincón o incluso arrojar la toalla.

De momento los guantes que empieza a hacer en el gimnasio de las cuencas no son muy prometedores. Es hasta posible que pueda cortar el aire a las infraestructuras que no estén ya pendientes y que las gentes lo encajen con resignación. Pero resultaría violentísimo que cierre el grifo de las ayudas que pueden permitir aún una mínima industrialización. Y no digamos ya que en el trompazo a las empresas y las fundaciones le toque el pelo de una ceja a la que dirige la Ciudad de la Energía. Son tiempos para buenos fajadores y hoy despedimos a uno de los mejores. A ese Toñín Canedo que con su pata chula parecía esquivar siempre todos los golpes y que se rehacía como si fuera de goma. Lástima de clon.

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