Diario de León

ASUNTOS INTERNOS

Sindicalistas sin clase

Publicado por
J. A. GUNDÍN
León

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Todos somos pecadores, pero los sindicalistas lo son más. De la tragedia laboral que sufren cinco millones largos de parados son responsables los gobernantes y los gestores públicos, pero los dirigentes sindicales lo son más porque ellos eran los vigías y se durmieron en la cofa. De la profunda crisis de credibilidad que padece la izquierda, dividida y desprestigiada por las erupciones violentas de sus cachorros, buena culpa la tienen los sindicatos, demasiado atareados en ocupar consejos de administración con sueldos millonarios. El pecado capital cometido por los sindicalistas es que durante los siete largos años del Gobierno de Zapatero acudían a Rodiezmo para llenar las alforjas de sus privilegios y miraban para otro lado mientras se destruían cada día miles de puestos de trabajo. El movimiento sindical fue un factor esencial de estabilidad durante la Transición y gracias a la autoridad moral de líderes como Marcelino Camacho y Nicolás Redondo el volcán laboral que bullía en aquellos años, donde todo estaba por inventar, se mantuvo bajo control. Con el paso de los años, sin embargo, las estructuras sindicales degeneraron en burocracias acartonadas y generosamente engrasadas con cientos de millones de dinero público, más preocupadas por mantener el «status quo» que en impulsar las reformas necesarias para crear empleo. Aún estamos esperando a que Méndez y Toxo pidan perdón públicamente por sus negligencias y admitan su responsabilidad en esta catástrofe laboral. No lo harán. Por el contrario, han emprendido una huida hacia adelante con el único propósito de erosionar al Gobierno del PP y ocultar así, eso creen ellos, los pecados cometidos desde el 2004. En esta alocada fuga no desaprovechan ninguna oportunidad para equivocarse, como convocar una manifestación en Madrid el 11 de marzo. La falta de respeto hacia las víctimas del terrorismo que supone la elección de ese día y de esa ciudad pone de manifiesto que los sindicatos han perdido, además del sentido común, la conexión con los trabajadores y se han encastillado en sus confortables cuarteles generales custodiados por la guardia pretoriana de los liberados. Han pasado del sindicalismo de clase a los sindicalistas sin clase. No oculto cierta nostalgia por aquellos dirigentes mineros del Bierzo que conocí hace años, hombres de una pieza y ejemplos de honradez y lealtad a los compañeros. Ignoro si tenían espíritu de clase, pero sí sé que la clase la llevaban en el espíritu.

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