Diario de León
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ANTONIO CASADO
León

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Viviríamos en el mejor de los mundos si, en las actuales circunstancias de paro y recesión económica, el Gobierno de un país agobiado por las deudas pudiera hacer compatible una política de recortes con otra paralela de reactivación sin dejar de atender las consiguientes prestaciones sociales. No es el caso. Hay que optar y ya se ha optado. En palabras del presidente Rajoy, «lo más importante es devolver lo que debemos para que nos puedan seguir prestando».

Toda una declaración de principios en la que prevalece el recurso a la deuda, y no a los impuestos, como garantía de supervivencia del llamado Estado del Bienestar. Siempre que antes se haya conseguido el equilibrio presupuestario. Eso pasa por dejarlo en el 3% del PIB a finales del 2013. Hasta entonces, sangre sudor y lágrimas. O sea, sacrificios para todos aunque, por desgracia, injusta o desigualmente repartidos porque así es la vida, qué se le va a hacer. De lo cual tenemos una buena prueba en la discutida amnistía para los defraudadores fiscales que quieran salir del armario.

La causa de los sacrificios estriba en la decisión del Gobierno que consiste en dar prioridad a la consolidación fiscal por encima de objetivos tan importantes como la reactivación económica y la cohesión social. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, no pudo ser más claro cuando presentó en el Congreso los Presupuestos. Al referirse a los retos que España debe superar en los próximos años dijo que «el primero es el déficit público, el segundo es el déficit público y el tercero es el déficit público».

Así supimos que el tijeretazo de Nochevieja, hace tres meses, fue mucho más suave que este tijeretazo de Semana Santa incluido en los PGE. Con dato negro añadido. En estos tres últimos meses hay 327.000 españoles más en el paro, hemos entrado en recesión, ha aumentado la deuda pública y ha vuelto a subir la prima de riesgo. Esta es la atribulada España de Rajoy que se retrata en unos Presupuestos mal recibidos por los mercados y los analistas internacionales. De hecho, en esos ámbitos ha vuelto a sobrevolar el fantasma del rescate financiero y la intervención, aún reconociendo que el Gobierno está pilotando el mayor esfuerzo de consolidación presupuestaria de la historia. Sin embargo, al conocerse los detalles bajó la Bolsa y subió la prima de riesgo.

Y no porque falte severidad al aplicar la tijera sobre el gasto público, en el que la parte del león se la llevan los intereses de la deuda y el pago de las pensiones. La parece estar en las malas perspectivas de crecimiento. Entonces, ¿por qué Rajoy y Montoro nos trasladan el inequívoco mensaje de que, ante la innegociable y angustiosa necesidad de pagar lo que debemos, el crecimiento puede esperar? Alguien se lo debería explicar a los españoles.

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