Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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La ciudad de Ponferrada, el régimen de Franco. Un tiempo de discursos vacíos, de desfiles. Un país de clérigos y militares, también ya de mujeres en minifalda. De parejas jóvenes que se abrazaban por las calles.

Una España de conformismo y televisión, de censura y olvido, con sus primeros gozos en décadas: el coche Seat, las vacaciones, los turistas del norte de Europa en las playas. La canción del verano, el asfaltado de las carreteras secundarias. Y el sol.

A veces olvidamos que el sol estaba allí. Que el tiempo era opresivo y falaz, pero había sol. Ilusiones, alegría y amor. Porque la vida siempre fluye, por mucho que los dictadores quieran ponerle diques.

Un día de aquellos escuché en la radio hablar de Ramón Carnicer; de su libro sobre la Cabrera. De la enojada reacción de las autoridades. Ellas eran las responsables de que la comarca viviera en la pobreza más extrema; en el abandono y la desesperanza. La Cabrera entonces era lo remoto, lo indecible; lo que no se sabía dónde estaba. Lo ultrajado; lo que sobrevivía más allá del silencio. Ignoraba aquel muchacho de doce años que la Cabrera casi se podía ver desde la ventana de su casa: empezaba en la cara oculta del pico de la Aquiana, allí arriba; azul y blanco. El reverso del monte era la Cabrera. Lo oscuro, que era luz del otro lado.

Ramón Carnicer incendió la opinión pública, pero no quería incendiar nada. Solo contar lo que sucedía: aquel dolor, aquella crueldad, aquella desatención. Un vivir bravo y sin nada.

Ignacio Fidalgo, periodista libre y lúcido de Ponferrada, tuvo el valor de utilizar la prensa y la radio de la dictadura para difundir la verdad de Carnicer. No tardaría en ser cesado.

Así fue como muchos supimos de aquel escritor leonés que vivía en Barcelona. Que iniciaba entonces, en la madurez, su camino literario.

A partir de aquel tiempo Ramón Carnicer fue una luz buena para los leoneses, para todos los ciudadanos de bien. Porque él no buscaba otra cosa que decir la verdad. Siempre lo hizo: con sus hechos y sus libros. Con pasión, trabajo y talento. Desde su independencia, su curiosidad y su rebeldía.

Desde entonces quise leerle. Cuando lo leí, quise conocerle. Cuando lo conocí, quise ser uno de sus amigos. Y pasaron cuarenta años. O más. Pasaron y no. Era un árbol alto y fuerte, de los que dan sombra siempre. Ahora mismo la da, y en el futuro. Su vida y su obra van a perdurar. Ramón fue muy leonés en España; y muy español en el mundo. Su horizonte fue siempre universal. Decir Ramón es decir libertad, búsqueda, sinceridad. Naturaleza, camino y gracia. Ejemplo de dignidad. La más honesta, sobria y elegante manera de vivir.

Y siempre el humor; una sonrisa. Ramón Carnicer fue, es, amor, tiempo y palabra.

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