Diario de León

TRIBUNA

Aquella añeja Constitución de 1978

Publicado por
Felipe Fernández de la Mata. Bañezano ex director comercial de Repsol Exploración
León

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Han transcurrido muchos años desde aquel lejano 1978 de nuestra Constitución democrática y parece posible afirmar que quizás no acertaron quienes un día se sentaron a una mesa para negociar el texto de aquel año. Se equivocaron al sobrevalorar el peso político real en España de dos autonomías y de un partido, y bajo esa premisa se desarrolló un modelo constitucional que al cabo de los años parece agotado. Su inspiración última fue la Constitución italiana basada en unas regiones con amplias dosis de autonomía, que aquí se repartió entre todos.

Sin embargo, España es obvio que no es Italia, y la gente olvida, o ignora, que Italia no culminó su proceso de unificación hasta 1870 (su rey dijo al alcanzarla «L’Italia e fatta, adesso bisogna fare gli italiani») y que su Constitución recoge la necesidad de vertebrar entidades políticas que hasta aquella fecha habían estado separadas políticamente entre ellas, eran políticamente independientes (el reino de Piamonte, los Ducados de Toscana, Módena y Parma, los territorios austriacos de Lombardía y Venecia, los Estados pontificios, el reino de las dos Sicilias). Simplemente Italia como hoy es conocida, no existió hasta 1870.

El modelo alemán se basa como el italiano, en su historia propia. Y sucede que en Alemania la unificación no se produjo hasta una fecha similar a la italiana, en el año 1871. El Káiser se coronó en Versalles ese año y pasó a dirigir cientos de entidades políticas dispersas entre si, independientes. La Confederación Germánica, uno de los precedentes de la Alemania de 1871, comprendía en 1815 a 38 estados: 1 Imperio (Austria), 5 Reinos (Prusia, Baviera, Hanover, Sajonia y Wurtemberg), 8 Grandes Ducados, 10 Ducados, 10 Principados y 4 Ciudades Libres. Para hacerlo más «sencillo», tres de esos Estados, Hannover y Luxemburgo tenían unión personal con Gran Bretaña, y Holstein con Dinamarca. Esos antecedentes históricos son los que la Constitución de Bonn de 1948 reconoce con su sistema de «Lander», de estados.

Creemos que no debieron ser usados como modelo, ni entonces, ni ahora, sistemas ajenos por completo a nuestra historia política y constitucional. Los experimentos no debieron hacerse en asuntos de tal importancia, creando ex–novo en nuestro país sistemas exóticos ajenos a nuestra historia.

Mientras Alemania e Italia resolvían sus problemas de integración nacional a su manera, nuestro país intentó adoptar sus fórmulas olvidando que las últimas cabezas coronadas en los antiguos reinos habían desaparecido en 1500, en tanto en los dos países citados continuaban ocupando el poder casi 400 años después. Si Cataluña hubiera tenido rey en 1815, o en 1860, como Baviera o Nápoles, sería indiscutible la aplicabilidad de un régimen especial que tuviera en cuenta esa circunstancia como lo han hecho Alemania e Italia.

Pero no siendo esa nuestra trayectoria histórica, ¿qué resultado daría en España un régimen con 17 autonomías en un país con tendencia centralizada, salvo algún corto paréntesis que quedó atrás en el camino histórico? Muchas de aquellas autonomías eran ficticias y no habían sido nunca entidades políticas individualizables en nuestra historia, e incluso alguna de ellas organizó un concurso público para diseñar su inexistente bandera. Todo aquello resulta muy poco serio ahora, como lo fue entonces y a la vista están los resultados.

Parece que los firmantes de la Constitución nos sirvieron una bomba de relojería cuyas consecuencias solo el tiempo podría mostrar. Para nuestra desdicha, aquellos resultados están ahora apareciendo ante nuestros ojos, muchos de ellos incrédulos. Lo que sucede no es sino el resultado de lo que nosotros hemos sembrado o de lo que otros sembraron en nuestro nombre.

¿Había otros caminos? En mi opinión, sí y muy claros. España suele mirar hacia Francia con arrobo, y esa admiración es mayor proporcionalmente cuanto más a la izquierda del espectro político se sitúa el observador. Pues bien, Francia salió de la Segunda Guerra Mundial con un sistema, la IV Republica, desastroso. Muy pronto mostró su completa ineficacia y fue tal el grado de desgobierno y de bloqueo de las instituciones que supuso, que en 1958, el general De Gaulle, disuelve el Parlamento, y arranca con una nueva Constitución la V Republica. De acuerdo con ella, que continúa en vigor desde entonces, Francia es un estado unitario y centralizado. ¿Francia va mal? ¿Tiene las tensiones internas que se nos muestran aquí insistentes desde hace 34 años? ¿Es que no hay regiones en Francia? ¿No existe una pretendida Cataluña francesa o un presunto Euskadi del Norte en territorio francés? ¿Y Córcega, o Bretaña, no tienen tensiones centrifugas? Y entonces, ¿por qué no se inspiraron los padres de la patria en la constitución francesa del 58? La solución hay que buscarla en lo que arriba decíamos: se sobrevaloraron los pesos de dos autonomías y de un partido político, y eso nos ha llevado al lugar en el que hoy nos hallamos.

Pese a todo, la Constitución de 1978 nos ha traído paz y prosperidad durante un periodo histórico muy dilatado. Por ello se puede afirmar que hay futuro sin duda. Rectifíquese lo corregible, páctese entre todas las fuerzas políticas y terminen los representantes del pueblo español democráticamente elegidos con esta angustiosa sensación de que España se nos rompe.

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