LA GAVETA
Los maestros
Siempre fueron muy libres; no se organizaron en tribus hábiles para asaltar el palacio de invierno de la literatura. No recurrieron a la política para obtener favores. No presumieron de ser campeones de la ética. Ni redentores de los oprimidos.
Vivieron como dos señores. Dos sabios sencillos y auténticos. Solidarios. Dos hermanos de la verdad y los libros. Fueron felices escribiendo, fueron felices en la vida. Supieron llevarla adelante con voluntad, gracia y talento. Su ejemplo nos enriquece y nos llena de luz.
Los dos nacieron en Villafranca del Bierzo. Con diez años y medio de diferencia. En la ciudad romántica armaron su alma lírica, labraron sueños que llegarían a cumplir después de una muy paciente y laboriosa esperanza. Y dieron cuanto llevaban dentro. Su muerte los cubrió de gloria, atrajo hacia ellos el legítimo reconocimiento que no tuvieron en vida.
Ello es su cordial desquite. La verdad que nos hace cómplices a quienes les conocimos, a quienes les quisimos, a quienes sabíamos que no era justo el trato que recibían. Por eso ahora estamos con ellos, estaremos siempre, desde la sencillez, la alegría y el compromiso. Desde la memoria y el placer de leerlos.
El mayor, Ramón Carnicer, hizo de su vivir un camino de valentía y coraje, de amor al género humano. Enérgico y compasivo, muy afectuoso con quien se acercaba a él, era el amigo ideal y un terrible adversario de la mentira, la vanidad o la injusticia. Conocer su obra es conocer su vida, y conocer su vida es entrar en un reino de libertad y de ejemplo.
En un río fresco y hondo del idioma que hablamos quinientos millones de personas. Que Ramón conoció muy bien en su condición de profesor de filología y literatura.
El más joven, Antonio Pereira, amigo de Ramón, al que siempre respetó y quiso como si fuera su hermano mayor, era de un lirismo más dulce, de una ironía más suave. Antonio estaba más tamizado por la influencia del noroeste; Ramón gustaba más de la sobriedad castellana. Pero ambos hablaron toda su vida con su acento villafranquino. Jamás perdieron ese arraigo, tan cálido y espontáneo, con el que edificaron su condición de ser dos excelsos narradores orales. Nadie contaba la vida como Antonio Pereira y Ramón Carnicer.
Ramón murió en 2007; Antonio año y medio después. Dejaron un silencio profundo, mineral, que parecía definitivo. Pero la sensación apenas duró unos días. Tras el primer duelo, emergieron más jóvenes que nunca, más amigos nuestros, y de cualquiera de sus lectores. Ellos siguen estando ahí, nos miran cuando transitamos sus libros.
Su escenario era el mundo, el idioma castellano; y sintieron un profundo amor por España. Y siempre fueron entrañablemente fieles a su condición de leoneses del Bierzo.