Diario de León

TRIBUNA

De dependientes a idiotas o subnormales

Publicado por
José Luis Gavilanes Laso ESCRITOR
León

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El pasado es el mejor pedagogo para comprender las situaciones del presente. Muchos fenómenos de la actualidad los vemos ya representados en el escaparate de la antigüedad. Y en la Grecia clásica, en las comedias, dramas y tragedias, encontramos planteados en toda su crudeza la mayoría de los problemas sociales. Por mucho que se diga que la sociedad cambia con los tiempos, en lo fundamental de la condición humana: «no hay nada nuevo bajo el sol» (Eclesiastés, 1, 9).

Se cuenta que un ateniense llamado Trasilao perdió temporalmente la razón a consecuencia de una grave enfermedad, pasando a engrosar la nómina de los discapacitados. Pero en ese mundo enajenado, Trasilao vivía enteramente feliz. El servicio social del Estado ateniense cubría su manutención y la demencia autista que padecía hacía opacas las injusticias, privaciones, disgustos y responsabilidades de la vida real. Cualquier antojo le era inmediatamente satisfecho. Creía que los barcos anclados en el puerto de El Pireo eran suyos. Se sentía un gran señor. Nada, pues, le perturbaba en su desvarío. Pero no pasó mucho tiempo hasta que Crito, su hermano mayor que lo adoraba, quiso devolverlo a la cordura. Acudió a los mejores médicos, consiguiendo a través de unas hierbas milagrosas que Trasilao saliese de la locura. Pero, al poco tiempo, la vuelta a la razón hizo ver a Trasilao las injusticias y desigualdades, los abusos y engaños, la codicia y las corrupciones, la miseria y el dolor, el miedo y la falta de libertad del mundo real. Ya no sentía sobre sí la mirada amable y compadecida de los otros. Tenía que trabajar para ganarse la vida. Los barcos ya no eran suyos. La cordura no era un mundo mejor. Entró en una gran melancolía. Agradeció a Crito su fraternal empeño, pero le pidió envuelto en lágrimas que le devolviese, por Zeus, a su anterior estado de locura, donde había sido libre y enteramente feliz. Crito se compadeció de su hermano y dejó de suministrarle las benéficas hierbas. Pero cuando Trasilao retornó al mundo demencial, las cosas ya no eran las mismas. Una recesión económica brutal había acabado con la protección social a los disminuidos físicos y psíquicos. Los poderes públicos, más atentos a otros negocios, desatendían la responsabilidad contraída de protegerles y asistirles conforme a lo establecido en las leyes. Y todo ello coincidía con la muerte de Crito. A la vez que ya no suponía una carga social, Trasilao pasaba a ser un pobre chiflado a los ojos de los atenienses. Y llegaban noticias de que en la vecina Esparta eliminaban drásticamente a los deficientes arrojándolos monte abajo. Trasilao, sumido en el más absoluto desamparo, se anticipó a que Atenas emulase la misma eugenésica medida espartana, cortándose las venas.

Con la llegada del nuevo año han entrado en vigor en España un costal de medidas restrictivas que se suman a las que han ido cayendo sobre el ciudadano raso a lo largo del último año. Ahora les ha llegado el turno a los discapacitados físicos y psíquicos. Sé del caso particular de un amigo. Su hijo, discapacitado psíquico con el 80% de minusvalía reconocida oficialmente, ocupa una plaza concertada en un Centro de Día. Por ese servicio venía pagando la cantidad de 135 euros mensuales. Acaba de recibir una resolución de la Gerencia de los Servicios Sociales de la Junta por la cual la aportación mensual que deberá ingresar a partir de primeros de año ha de ser de 1.106 euros. Esto es, casi un 1.000% de aumento, sin que haya variado un ápice la calidad del servicio asistencial y ninguna explicación que justifique diferencia tan abismal. Mi amigo entendería que, dada la situación deficitaria de las arcas públicas, habría que aumentar la cuota en un l00%, 200%, o 300%, si le apuran. O al menos, parece más razonable —le apostillo— abrir una negociación entre las familias de los afectados y la Administración. ¿Negociación? —me mira perplejo. La negociación en este país está reservada a la delincuencia de alto porte, no a la dependencia. La fiscalía negocia sólo con los que desvían fondos a paraísos fiscales o con aquellos que derivan los reservados a la formación profesional hacia un partido político. Para los discapacitados la única negociación es el decreto ley. Pero —replico—os ampara el Artículo 49 de la Constitución, aquel que dice: «Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este Título otorga a todos los ciudadanos». Es lo mismo —responde— que el derecho al trabajo con seis millones de parados y el derecho a la vivienda, con miles de desahuciados y sin techo. Esos son también utópicos derechos constitucionales sin consecuencias prácticas. Mi amigo no sabe qué va ocurrir con su hijo cuando comunique a la Gerencia que no tiene capacidad económica para el pago de la nueva cuota. Y así le va a ocurrir a muchas otras familias. Sus hijos quedarán probablemente en la calle mudando de discapacitados a idiotas o subnormales. Con una consecuencia suplementaria para los centros, que al no albergar discapacitados por la misma razón de mi amigo, tendrán que prescindir de personal y con ello aumentar el contingente de parados. Mientras —concluye mi amigo—, hay sujetos que se han blindado de oro e ido de perlas, amparados en la Ley de Protección de Datos, pertinaces de esa falsa hidropesía que cuanto más alcanza más desea. A esos hay que llenarles la mente de pesadillas por habernos arrebatado nuestros sueños y robado nuestros ahorros. Cuidado —le he dicho—, puedes caer en demagogia. Mi amigo se puso entonces muy serio. La demagogia —replicó— es como el colesterol, hay una mala y otra buena. La mala es la de los políticos que hacen halago interesado de las masas sin ninguna consecuencia positiva para éstas. Véase lo acontecido con nuestros honrados y sobados mineros. La otra, la buena, trata de concienciar a los afectados para que se subleven contra quienes les ordeñan.

Al término de la conversación, me pareció que la alegoría de Trasilao se hacía verdadera realidad por estos pagos. Quiera Dios o quiera Zeus que con un final muy distinto.

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