Diario de León
Publicado por
césar gavela
León

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En la Ponferrada de hace medio siglo había tres grandes sectores educativos. Una era el Instituto Gil y Carrasco, otro lo formaban los colegios religiosos y quedaba un tercer espacio, muy diferente, el de la Sindical.

Allí estudiaban los que elegían la formación profesional. Que siempre fue mirada por encima del hombro en España desde los tiempos de los hidalgos castellanos del siglo XVI, sino antes. Porque una cosa eran los estudios humanistas o científicos y otra muy diferente la formación para ser torneros, carpinteros, electricistas o fontaneros.

Gravísimo error. Ridículo planteamiento que ha hecho mucho daño en España. Tal vez por ello tenemos hoy, innecesariamente, el doble de universidades que Alemania, y eso que sumamos la mitad de su población. Y es que aquí aún son muchos los que consideran que solo los conocimientos técnicos superiores merecen la pena. Como si no fuera posible realizarse en la vida desde otras perspectivas y otros oficios absolutamente imprescindibles.

La Sindical, luego instituto de secundaria, aún mantiene un aura de aquella bravura industrial. Aunque ya no, afortunadamente, su vieja marginación injusta, fruto de una España clasista y poco documentada. Porque el régimen de Franco fue, esencialmente, un sistema clasista. De castas de funcionarios, de militares, de policías, de familias encopetadas, de aristócratas, de colegios profesionales, de enchufados, de ganadores de la guerra, de todo.

La Sindical, nacida de aquel régimen, cierto, pero también fruto del esfuerzo de los trabajadores, pronto tuvo una épica de buen hacer. Era la universidad popular de Ponferrada, la urbe que los libros de bachillerato de entonces definían como «ciudad industrial de gran porvenir». Luego el porvenir se torció bastante, y muchos de los excelentes profesionales que salían de ese centro educativo de la Puebla Norte tuvieron que ir lejos de su tierra, donde acreditarían sus conocimientos y su coraje.

La Sindical celebra en este año sus bodas de oro. Yo aún la recuerdo cuando estaba situada en los bajos del actual colegio de San Ignacio. Convivíamos entonces los alumnos del centro privado con otros muchachos que entraban cada mañana en aquella nave llena de maquinaria, de ruidos metálicos, de profesores entusiastas. Algunos alumnos iban un poco de perfil, pero la mayoría estaban muy orgullosos de haber tomado aquel camino. Concreto, práctico y tan necesario.

Poco después se fueron a su actual sede. Donde construyeron una nueva memoria enraizada en el rescoldo de aquella ciudad del Dólar. Donde tanta gente de mérito vivía y trabajaba, en tiempos duros, con entusiasmo y mono azul.

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