Diario de León

TRIBUNA

En vez de darle un pez, enséñale a pescar

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De todos es sabido que lo mejor es enseñar a ganarse la vida antes que llenarle a uno de alimentos. No se trata de dar peces, sino de enseñar a pescar. Esta es la enseñanza que debemos aplicar en estos momentos de crisis. La dignidad de la persona solo conoce un camino: el trabajo. Lo demás se dará por añadidura. Por eso, toda la lucha que conduzca a la solución del empleo será bienvenida. Es más: es la única lucha por la que merece la pena un sacrificio.

Una sociedad no será adulta mientras tenga tanto porcentaje de parados, con las consecuencias que ello acarrea: desánimo, hambre, miseria, pobreza, humillación… ¿Para qué seguir? No se trata de solucionar puntualmente este o aquel problema, sino de dar salida a la dignidad humana. Y solo se consigue con el acceso al trabajo. A partir de aquí todo es viable. El trabajo te dará pasaporte para la vivienda —sea alquiler o compra—, para la familia, para el ocio, etc. Sin el trabajo el horizonte no puede ser más negro. El trabajo es el único derecho que debe figurar en la Constitución.

Todos, salvo un número escaso, quieren trabajar. Y todos tienen que llegar a esa meta. Dependerá del grado mayor o menor de preparación para que accedan a uno u otro trabajo. Pero eso sería lo de menos. Creo que a mayor preparación se debería ejercer un trabajo más responsable, pero eso va en gustos. Habrá gente con un grado de intuición y facilidad que le capacitan para el desempeño de cualquier tarea y no por ello debemos rasgarnos las vestiduras. Tampoco creo que esto sea lo general. La mayoría tenemos que ir por el cauce normal, por la senda de la preparación que nos llevará a un final mejor.

Hoy hay infinidad de jóvenes que no encuentran trabajo, eso a pesar de su gran preparación. Hemos pasado por un periodo de gente muy bien preparada al lado de otros muchos que abandonaban los estudios y se agarraban al trabajo fácil de la construcción. Sufrimos una larga temporada en este balance: abandono del estudio por un dinero al alcance de la mano y gran preparación de unos cuantos que se ven abocados al paro o al exilio. No puede ser. No podemos, como país, desperdiciar tanta valía, porque un día lo pagaremos gravemente. Si nos quedamos huérfanos de jóvenes cualificados, mañana lloraremos este desierto de gente preparada para gobernar el país.

Posiblemente, el diseño de un país moderno y experto pase por sentarse y poner las bases desde la misma escuela. El plan pedagógico desde los inicios nos puede venir bien para, en un futuro, tener el mejor país posible. Quizá haya que encauzar a la gente por vías alternativas de formación de manera que, según las capacidades de cada cual, se llegue al mejor puerto posible. Hasta ahora, claro está, no ha habido ninguna perspectiva en este sentido. Estudian demasiados en la Universidad, tal vez, mientras que el abandono antes del bachillerato es alarmante. Tal vez nos falten mandos intermedios —es decir, una buena Formación Profesional— que hagan de este país un próspero y pujante tejido laboral. No podemos sacar al mercado más médicos que países mucho más poblados y al mismo tiempo carecer de gente formada profesionalmente. Algo falla.

Esto no quiere decir que se deban poner trabas al estudio superior. Que estudien hasta donde se pueda. Y que nadie, por razón de dinero, quede por estudiar. Pero se debe inculcar que hay otras formas de crecer y que hace falta gente buena para tirar del carro en otras fronteras. No podemos desviar para la Formación Profesional a gente poco instruida, como hasta ahora. Partiendo de la base de que nadie es más que nadie, hagamos posible que alumnos excelentes emprendan el camino de la denostada Formación Profesional.

También puede que sea hora de que los niveles de nómina se ajusten debidamente. No se trata de que todos ganemos lo mismo, sino de que las diferencias sean mínimas. El día que se consiga esta igualación tal vez la pelea sea menor. No puede ser que hoy se disparen las diferencias entre personas que trabajan en el mismo oficio. Tengo claro que la preparación y la responsabilidad deben ser remuneradas, lo mismo que la dedicación. Pero con límites.

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