Diario de León
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Javier Martínez Piñán. leónÁngeles Cantón García. león
León

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Libertad personal,

policía y educación

Un día de esta semana, por la tarde, a eso de las ocho y media, en plena plaza de Santo Domingo, a la altura de la Gran Vía de San Marcos, mientras esperaba a que se pusiera verde el semáforo para los peatones, un vehículo se detiene en zona prohibida del que se apean dos individuos. El más alto, portando una radioemisora en la mano, se dirige a mí:

—Policía.

—¿Perdón?, respondo un tanto atónito

—Policía, señor, insiste el tipo. Con la sensación de que me están tomando el pelo, tal vez alguien que me conoce y a quien no reconozco, no sé, le digo con una sonrisa:

—Identifíquese, por favor.

El sujeto, vestido de paisano, tuerce el gesto contrariado y saca del bolsillo del pantalón una cartera plagada de papeles y una placa dorada que me deja ver a duras penas…

—Ahora identifíquese usted, me espeta secamente.

—Con mucho gusto, respondo sin el más mínimo atisbo de sarcasmo y le entrego mi DNI que coge su compañero que lo mira con cara de interés.

—¿Puede abrir la mochila?, me dice el primero, que es el único que habla

—Sí, sí puedo, contesto. Y abro la cremallera seguro de que no van a encontrar nada que no sea mío y mucho menos ilegal. Por fortuna no tengo nada que ocultar. Un lector electrónico, un paraguas, dos fundas de gafas, una caja de tarjetas de visita, un metro, las llaves, mi vieja navaja suiza, el estuche de mis lápices y rotuladores… El tipo mira sin tocar, me ofrezco a abrir el estuche, lo abro aunque ya han perdido definitivamente el interés por mí… Me devuelven mi DNI y sin más se disponen a dejarme allí, sin siquiera decir adiós…

—Puedo preguntar a qué ha venido esto, digo mientras guardo mis cosas y cierro la mochila —Si quiere alguna explicación pásese por la comisaría.

—No oiga, no, al menos díganme sus nombres o sus números de placa, no pueden hacerme esto en el centro de la ciudad, donde todo cristo me mira, sin decirme al menos por qué…

—Le repito que si quiere explicaciones se las darán en la comisaría…

Los tipos se suben al Seat Ibiza azul y se largan por la Gran Vía dejándome con la palabra en la boca y una dosis de mala leche in crescendo. Conozco a alguien que es policía. Llamo para explicarle lo que ha pasado y, corporativista como todos, me dice que me ponga en su lugar, que están muy tensos, que el tipo de gente con quien tratan a diario son de tal o cual manera… pero que bueno, un «gracias por su colaboración» o «disculpe las molestias» no hubiera estado de más. Pues no, no hubiera estado de más que, después de haber coartado la libertad personal de un ciudadano y haber registrado sus pertenencias en público, por el simple hecho de parecerse o ir vestido como alguien (un ciudadano que, hasta la fecha, no tiene ni una multa de tráfico impagada) se hubieran, cuando menos, disculpado.

Desde aquí quiero decirles que son unos mal educados y que, con su comportamiento, hacen un flaco favor al cuerpo, a sus compañeros y a su eficacia en la lucha contra la delincuencia, porque la próxima vez no seré tan colaborador, aunque me cueste pasar un par de horas en la comisaría.

Nuestra querida Catedral de León

H ace ya muchos años que no entro en la Catedral. Antes cada mañana me sentaba en un rincón silencioso, oscuro, tranquilo, a rezar o a meditar, simplemente a limpiar el alma de rastros de la vida y el consuelo era enorme, dado el espacio mágico y potente de este lugar de siglos. Ya no entro, hay ruido constante, música, miles de peregrinos paseando sin respeto, excursiones, sacristanes chillones y gente con una educación que nunca entenderé. Encima hay que pagar, yo tengo mi carnet que pago con gusto, pero ya no puedo entrar, es peor que el mercado de abastos. Me gustaría recordarles a los responsables que esto ya está escrito y que un día pagarán por vender la casa de Dios al señor don dinero y pagarán por ello. Pido que vuelva el silencio y la paz a ese lugar de silencio y de paz.

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