Diario de León
Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

Creado:

Actualizado:

Cuando ya empuja septiembre, resulta inevitable evocar aquellos veranos interminables, salpicados de aventura y excursiones. La de más riesgo fue siempre la travesía de los Calderones, con el rumor del río invisible inquietando los talones. En la zona conocíamos el desfiladero como Quintos Infiernos. Claro que tampoco Calderones resulta tranquilizador, si uno indaga en su genealogía. Porque se refiere a las enormes calderas en las que Pedro Botero hacía sus cocciones infernales. Pero que nadie se asuste. Esos nombres y su leyenda pertenecen a un pasado no tan lejano, cuando el desfiladero resultaba infranqueable.

Los Calderones están en Piedrasecha, comarca baja de Luna. La entrada se hace desde Otero de las Dueñas, que a pesar de su nombre sólo guarda mínimos vestigios y además muy maltratados del monasterio que le dio apellido. Entre Otero y Piedrasecha median cuatro kilómetros salvados por una carretera de montaña que recorre un valle con pocos desahogos. Enseguida aparece Viñayo, que fue en tiempos medievales cabeza de esta comarca cobijada al pie de las estribaciones cantábricas. El término se llamaba Valdeviñayo y uno de los pueblos vecinos conserva todavía en su apellido la señal de aquella dependencia. Seguramente de tan remotas ojerizas deriva el apelativo de ladinos con que el resto de los pueblos pican a los de Viñayo.

La carretera se empina hacia Piedrasecha, que enseña en primer lugar su iglesia. Sobrepasadas las últimas casas, parte la senda. El primer tramo muestra el contraste entre el abesedo arbolado y la solana calcárea, con los pliegues de su espaldar geológico. Abajo, en el fondo del valle, las prados y el tupido bosque de ribera que escolta al río Luengo. En la antesala del desfiladero se abre a la derecha la Cueva de las Palomas, uno de los refugios usados por los pastores en días de tormenta. Se trata de una oquedad muy sugestiva, hasta la que trepa una escalinata de piedra ceñida a las rocas. Dentro de la cueva una verja de hierro separa el lugar reservado para la Virgen del Manadero.

Aquí comienza el tumulto geológico de los Calderones, cuya retorcida angostura bien merece el nombre de Quintos Infiernos. El río suena bajo nuestros pasos pero no se ve el agua, que discurre subterránea a lo largo del desfiladero. Superado el trago, cuyo tránsito antaño atemorizaba a los pastores, surge de nuevo el río y a su vera los avellanos, ahora con el fruto en sazón. El valle de Santas Martas evoca un despoblado cuya desaparición vincula la leyenda con el reparto dominical del pan en la iglesia. Se coló en la masa una vacaloria, que lo envenenó. Sólo se salvó una anciana enferma que no fue a misa y como premio heredó los bienes y tierras de este hermoso puerto de montaña.

tracking