Diario de León

CUERPO A TIERRA

El viraje sentimental

Publicado por
ANTONIO MANILLA
León

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Los ciegos siempre han sido muy proclives a la invención: uno se inventó la epopeya y otro lucubró cierta calle de Buenos Aires hasta que esa calle existió y tuvo un nombre. Un hombre que no era Borges, al cruzarla por el paso de cebra de un poema, descubrió una tarde que la felicidad es imposible hasta en la literatura.

En los antiguos relatos del imaginario celta, la ceguera la producen, en este orden, el anhelo desordenado de riquezas y la acumulación de sabidurías improductivas. En el umbral de los tesoros, siempre hay un vigía anciano y ciego que vela por la integridad del sueño que es toda fortuna enterrada y ofrecida. Tiene el poder de fulminar con su mirada muerta. Las veces que el guardián no es un viejo es porque en su lugar hay una hermosa joven de cabellos dorados e interminables, pero los efectos son los mismos: a quienes les guía no la necesidad sino la avaricia, se quedan en el camino. La invidencia, como el deslumbramiento que produce la belleza, como el espejismo de la erudición, de alguna forma es símbolo de lo que no puede ser y no será, aunque esté a nuestro alcance.

El ciego por excelencia es Tiresias. Una tarde que paseaba por Citerón observó aparearse a dos serpientes y de un bastonazo las separó, convirtiéndose en ese punto en mujer. Siete años después, en el mismo lugar, se repitió la escena y recuperó su condición masculina. Presente en una discusión entre Zeus y Hera sobre quién alcanzaba mayor placer carnal, él, desde la experiencia de los dos sexos, respondió que la mujer gozaba ‘nueve veces más que el hombre’. Hera, contrariada, lo castigó con la ceguera; Zeus, en desagravio, le otorgó el don de adivinar el futuro.

A Amor, ese Cupido vendado que pone y veda hasta en lo imposible, como escribió Cervantes, ciego arquero alocado de envenenadas flechas, le basta un disparo tembloroso de saeta para convocar y promover el futuro entero en apenas un instante, mostrándonos las mieles de un tesoro que tal vez jamás será nuestro, pero que es imposible y necesario como la felicidad. Puro ensueño que aspira y respira dentro de nosotros de una vez para siempre. El viraje del corazón —por si alguien no lo sabe, ahora que el verano se precipita— no vale ni evita el encantamiento de su venablo enrevesado.

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