Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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Yo querría vivir en el mundo de los cuadros de José Carralero. Caminar por sus campos verdes y rojos, acercarme a sus ríos del alma y la naturaleza, pasear por sus ciudades del tiempo y el aire. Ser el privilegiado que habita su paisaje y su arte. Un arte que viene de la vida, no de los conceptos áridos. Arte que cuenta el mundo de otra manera. Pero que sigue siendo el mundo, reconocible y bello, tenso y difícil, siempre breve para los seres humanos. Siempre misterioso por mucha claridad que nos envíe el sol. Siempre inalcanzable por mucha fuerza que tengamos para vivir cada minuto. Carralero, con sus cuadros, detiene esa fuga sin fin. Hace eterno el instante.

Él es un pintor que llega al corazón. Como lo hace Van Gogh. Esas praderas impresionistas de Van Gogh, esos bares nocturnos, ese milagro. Pero el pintor de Cacabelos pinta un siglo después, y en su técnica y su mirada, hay muchos más ingredientes. Está el rastro de la historia de la pintura de los últimos ciento veinte años.

Esos frutos del tiempo Carralero las ha incorporado a su imaginación, a su talento de gran artista plástico. Se diría que él hace un impresionismo del siglo XX y del XXI, por así llamarlo. Y pido disculpas porque no soy experto en arte. Solo soy degustador feliz de muchos cuadros. De los de Carralero, desde el primer momento.

Somos muchos los que militamos en esa cofradía secreta: el grupo de los que admiran la obra de Carralero. Pero decir eso es poco. Hay más porque no solo se trata de admirar: se trata de vivir. De pasar al otro lado del cuadro, eso que pocas veces sucede. Eso que también pasa con Van Gogh, y vuelvo a él. Porque el gran holandés nos abre el espíritu y la pintura al tiempo. Lo da todo y nos hace vibrar. Para que el paisaje, ahora sí, sea ya infinito.

Carralero nos abre su mundo y ahí entramos. Él, como todo creador, ha tenido muchas etapas, desde aquellos primeros lienzos arraigados en su infancia, en sus parientes, en el mapa pequeño de una parte del Bierzo. Luego vendrán sus cuadros maduros, universales, placer para toda persona que admire el juego de los colores y las formas. La vida propia que esas líneas y tonos interpretan y cuentan.

Arte es, también, decir mucho con poco. Transponer poéticamente la realidad. Eso sucede con la mejor literatura, música, escultura, fotografía… Y sucede en la obra de Carralero: es vida pasada por el aliento y la esencia del pintor berciano. Que también es catedrático de pintura. Que es amistad y Bierzo, planeta y búsqueda, encantamiento y color.

Todo eso se ha podido ver en estos meses, y aún se puede, en el museo Marca de Cacabelos, la villa donde nació Carralero. En esa pequeña urbe activa, fluvial y laboriosa que está en el centro geográfico y sentimental del Bierzo. Solar más antiguo que Villafranca y que Ponferrada, patria de artistas y de personas brillantes en todos los órdenes.

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