Diario de León

FRONTERIZOS

El corazón de las tinieblas

Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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Es El corazón de las tinieblas, una de las novelas más inquietantes jamás escritas. Es el marinero Marlow remontando un río, oscuro como la conciencia del poder, buscando a Kurtz, gobernante sin corona de un reino desolador en el que hace aguas la supuesta supremacía moral europea. En el delirio febril de su muerte, Kurtz pronuncia sus últimas palabras: «¡El horror! ¡El horror!». Las turbadoras palabras de alguien que ha compartido mesa con la oscuridad más atroz.

Debe ser un continente hermoso África. Un territorio al que seguimos estudiando con los ojos colonialistas de imperios que ya dejaron de existir hace muchas décadas. Estados cuyas fronteras se dibujaron con tiralíneas en oficinas lejanas, a los que el mundo mira con conmiseración mientras los mercaderes se reparten su inmenso botín y la población posa pacientemente para ofrecer la ración de miseria en los informativos del primer mundo.

Para los niños, África era el mapa pendiente de rastrear de la aventura exótica y salvaje. Eran las novelas de exploradores y las películas del hombre blanco criado por los monos. Luego leímos las extraordinarias novelas de Chinua Achebe y la Trilogía de África de Javier Reverte y entendimos el drama de la colonización, la complejidad cultural y las tensiones sociales de esta parte del planeta.

Este es el escenario en el que operan personas como Manuel García Viejo, el religioso de Folgoso de la Ribera que pasó treinta de sus casi 70 años trabajando como médico en alguno de los países más pobres de la tierra: Ghana, Camerún, Sierra Leona… Falleció ayer, después de ser repatriado al confirmarse que había contraído ébola, la última epidemia bíblica con la que ha sido castigada el África Occidental, que ha causado ya cerca de 3.000 muertes.

A personas como García Viejo se les sigue llamando misioneros, aunque su tarea tenga poco que ver con el de la predicación evangélica con que la RAE sigue definiendo ese cometido. O tal vez sean estos sacrificados profesionales los únicos que han entendido correctamente el mensaje del Evangelio.

Nuestra provincia, tan pobre para tantas cosas, es rica en este tipo de héroes anónimos que solo aparecen en los medios cuando, como en este caso, su trabajo se transforma en tragedia. Los encontramos en la zona cero de los lugares más castigados del planeta, en las más precarias de las condiciones, en áreas donde una aspirina, una depuradora de agua o una jeringuilla desechable son preciada tecnología punta.

Ayudan a los más necesitados con una entrega fuera de toda duda y una abnegación que a veces les cuesta la vida. Se mueven en el corazón de las tinieblas. No queremos imaginar que sus últimas palabras sean las de Kurtz: «¡El horror! ¡El horror!».

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