Diario de León
Publicado por
emilio gancedo
León

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Acudíamos cada viernes y cada sábado llevados en volandas por una especie de fervor religioso, con una fidelidad de penitente o de peregrino con promesa, y faltar a la cita semanal causaba extrañeza o desconfianza o decepción entre aquella rara brigadilla de noche que componíamos, casi siempre los mismos pero todos diferentes en estaturas, complexiones, afanes y apetencias. A ese nudo de callejas que es el Barrio Húmedo le tenemos buena querencia porque allí nos desbravamos muchos, aunque no todo lo que quisimos, naturalmente, y si esos portales hablaran –casi es mejor que no lo hagan-, acabarían afónicos de tanto como voceamos delante de ellos entusiasmos y delirios, proclamamos lealtades, defendimos teorías, inventamos afrentas, abrazamos amigos como si marcharan a descubrir el Orinoco o nos llevamos a casa el trofeo de un puñado de besos arrebatado a las bravas contra los esquinazos de caliza.

El Barrio Húmedo, vinatero de día, canallesco de noche, es un monumento popular y palpitante tan conocido o más que la Catedral, y en los noventa y primeros dos mil hacía perfecto tándem con la avenida Lancia y su entorno canalizando riadas de chavales en apretada romería roquera, popera o rumbera que lo mismo podía acabar en canto fraterno, desportillando las estrofas del Himno al Viejo Reino, que con gotas de sangre salpicando la nieve blanquísima a la salida del Vaticano o del Blue o de la Raspa. Quizá no tenía la cosa el glamur de la generación anterior, aquellos coletazos de la Movida leonesa, que también la hubo, pero fueron nuestras noches, trasegadas hasta la última copa, y nuestras pasiones y nuestros dolores de cabeza, y fue nuestro Húmedo.

A mí me parece que el Barrio Húmedo, una joya que sería apetecida por cualquier ciudad —pincho gratuito, plazuelas, iglesiucas—, nos lo han malogrado de día a fuerza de perseguir al cliente fácil, y de noche a golpe de garrafa carísima y de pubs alicatados y sin alma. Nadie entiende cómo el Ayuntamiento permite que algunas de las calles que nos hicieron ser lo que somos se asemejen tanto a la avenida de los francotiradores de Sarajevo cuando aquel festín de tiros, y nadie comprende los extrañísimos silencios y vacíos que ahora se respiran aquí. ¿Es que ya nadie emerge de La Sal con la primera luz del día y al grito de ‘León solo y con salida al mar’?

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