LA VELETA
Según Montoro
C ristóbal Montoro se conoce bien el Evangelio. Y lo aplica. No sé si influye que estamos en Navidad —habría que recordarlo todos los días porque hay muchos que ignoran o quieren ignorar qué es lo que de verdad celebramos— y que todos hacemos propósitos de ser mejores. Tiene razón Adela Cortina cuando dice que «la falta de ética es falta de inteligencia» y por eso Montoro ha decidido poner en práctica las enseñanzas evangélicas. Seguramente muchos recuerdan la parábola de los vendimiadores, pero como la enseñanza está como está, se la recuerdo: el dueño de la viña contrata a primera hora de la mañana a unos trabajadores y les ofrece un denario de sueldo.
Más tarde, avanzada la mañana contrata a otros y casi al atardecer a unos pocos más. Cuando termina la jornada, a los últimos les paga un denario y a los de media jornada, lo mismo. Por eso, los que empezaron a trabajar al amanecer se frotan las manos esperando más del amo, pero no fue así. Pagó lo estipulado. Montoro se lo sabe al dedillo, lo mismo que se sabe la otra parábola, la del hijo prodigo, que se gastó la herencia de su padre y volvió a casa arruinado. Su padre, en lugar de recriminarle, le recibió con los brazos abiertos, mató un cabrito y dio una fiesta en su honor, mientras el hermano trabajador le recriminaba que nunca hubiera hecho con él...
¿Que qué tiene que ver esto con Montoro? El ministro de Hacienda, el dueño de la Hacienda, he decidido perdonar el interés de los créditos que el Estado ha prestado a las comunidades autónomas más endeudadas, lo que va a permitir a éstas maquillar sus cuentas y, sobre todo, ahorrarse una pasta. Y entre esas comunidades, la primera, la hija pródiga, la que todavía recrimina al papá Estado, la que quiere su dinero pero no su compañía ni su casa, Cataluña, también se ha visto beneficiada. La que más. ¿Será por buen comportamiento o por darles a entender que no van a encontrar un prestamista tan generoso?
Como era de esperar, las autonomías que han hecho sus deberes, que han reducido sus presupuestos, que han gastado menos, que han sometido a los ciudadanos a recortes impopulares, no están de acuerdo. No quieren premios, pero piden, al menos, una compensación similar para mejorar sus cuentas. Y Montoro ha dicho no. Hay, sin embargo, algunas diferencias con el Evangelio. La más importante, que Montoro no es el dueño de la viña sino, tan sólo, su administrador, porque los dueños somos los ciudadanos que pagamos nuestros impuestos. Además, el Estado —nosotros, usted y yo— está tan endeudado como las autonomías y no es justo premiar a los que gestionan mal a costa de los que cumplen. Pero ni siquiera las autonomías que cumplen tienen razón: doce comunidades autónomas han anunciado rebajas fiscales. La austeridad se diluye en un vaso de agua y el menesteroso se comporta como si fuera rico. ¡Ni que entráramos en un año electoral!