Diario de León
Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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V aya por delante que a menudo me parecían excesivas. Y también por delante que, educada desde la cuna en el principio fundamental de no molestar y por encima de todo no ofender, tengo por naturaleza tendencia a quedarme corta a la hora de mostrar emociones y convicciones. Con las primeras no siempre puedo, controlo mucho mejor las otras. Que las tengo, profundas. Y no por ello dejan de evolucionar, cosa que me satisface con la misma discrección con las que intento practicarlas.

Por eso no comparto la necesidad de defender las libertades propias dibujando el culo en pompa de otros, ni retratando partes pudendas ni actitudes hirientes para muchas sensibilidades con la excusa de poner mis reales encima de la mesa. No las comparto, pero las respeto.

Lo que no respeto es la violencia, la intransigencia, la represión sin opciones, la opresión y la muerte, la tortura y la condena al silencio, la dictadura del miedo, el temor a opinar y a actuar, la apisonadora del terror y la imposición de cualquier idea o criterio que asfixie a las personas. Me aterroriza, como a casi todos, la periódica expansión de imperios del horror basados en el absurdo, la opresión y la muerte. Que, sistemáticamente, conducen sólo al dolor.

No soy quién para juzgar dónde acaba la libertad y comienza la ofensa, es una frontera demasiado subjetiva. Y para definirla no cabe otra ley que el sentido común, la tolerancia y la mesura. Pero la matanza de Charlie Hebdo es, desde la discrepancia y también desde la admiración por su firmeza, un revulsivo que refuerza los principios que deben anclar en las entrañas de todos los que tenemos el altavoz de un medio de comunicación. Y es un enorme aldabonazo para la reflexión.

No sobre las amenazas extremistas, que ahí está la cosa clara. Sino sobre cada medio y cada profesional que en su día a día acepta pequeñas o regulares censuras, que envía su artículo o cierra su reportaje con el miedo al tirón de orejas, al reproche, al otra noche sin dormir,... Esta no es profesión para cobardes, pero está hecha de mujeres y hombres que viven su día a día con desigual ánimo y distinta fortaleza de espíritu y de necesidades de empleo y supervivencia. Con muchas menos esclavitudes de las que a menudo se les achacan, y con la permanente convicción de hacer lo que deben, por encima de lo que se les permite.

Por eso sus palabras e imágenes duran mucho más que el estallido de una bala. Se expanden. Son, no lo duden nunca, armas de libertad masiva.

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