Diario de León
León

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Democracia es cuando el mismo policía que te clava una estaca que termina cronificada en la úlcera o calcificada en la columna vertebral tiene que llevar a casa a un concejal para que su coche no gaste y no pierda el lugar de aparcamiento privilegiado que heredó en el kilómetro cero de la ciudad. Lo de la plaza de párking en San Marcelo, esquina Arco de Ánimas y Teatro es un ejemplo de que no hay nada artificial en ese desengaño ciudadano, que abonó el germen de la generación de Seriza tanto como esa hecatombe social de tener asalariados de 600 euros al mes y tres carreras que desayunan cada mañana con los impuestos que pagan para que los procuradores se embolsen 7.000 euros al mes por viajar tres días por semana. En la valoración de los estudios demoscópicos que se aplican con vistas a determinar si las urnas de mayo esconden susto o muerte se va a incluir una apreciación sobre el partido del cargo electo que se va a quedar con la plaza fija del coche del concejal de baches y asfalto de empresas de Valladolid, igual que él la heredó de los jóvenes diputados de la cantera socialista, que la disfrutaban en usufructo, porque la idea y propiedad era de los que hacían notorio su poder porque su mujer tenía hueco para trabajar en la caja del Espolón en vez de emigrar a las sucursales de La Cabrera o a Madrid, como el resto de compañeros de la promoción de Económicas. Está la cosa para encargar una comisión parlamentaria sobre las costumbres de los representantes públicos y tratar de resolverla antes de que el tren de alta velocidad tenga vía de ida y vuelta con León. Todavía hay gente que piensa que lo de la corrupción se combate a cañonazos, en vez de emplear dosis selectivas de glifosatos capaces de secar raíces profundas, que es por donde se alimenta el sistema. Esa descarga que cruza entre los políticos y los mortales es un espejo del fracking, a semejanza de los planes para taladrar el norte de León que hacen cola en ventanilla, igual que esa práctica que convierte en tendencia los terremotos inducidos. No queda retórica sin explorar para evitar el desencuentro en el que ha devenido la mala praxis política; recursos como aquellos de que no hay nada más tonto que un obrero de derechas o un socialista de Podemos suenan hoy güeros, estériles ante esta metáfora de fractura hidráulica que ha vuelto a pillar a los de siempre con el agua al cuello.

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