Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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V oy a tratar de desentrañar para ustedes uno de los grandes enigmas leoneses, comparable en misterio al grial o a la bota de vino que le soplaron a Jandrino. Se trata de la edad de mi compinche Pepín Muñiz, hombre conocido por sus múltiples gatuperios y muy difícil de clasificar: abogado de profesión, coleccionista por vocación y, desde luego, tarambana a tiempo completo. El tema trae de cabeza a estudiosos de lo local como nuestro Emilio Gancedo, conscientes de que preguntarle los años equivale a hablar bien de Judas: quizá sí, acaso no... Conozco todos los datos y pormenores acerca de su venida al mundo, pero lo supe bajo secreto de confesión y nunca diré la fecha exacta. Pero sí que puedo aportar unos datos relevantes que contribuyan a despejar las dudas. Cuando Jack el Destripador empezó a matar, allá por 1888, el pequeño Pepín ya zascandileaba en el jardín de San Francisco. De aquella época se conserva la foto de un niño bastante cabezón, con bucles e impoluto traje de marinero.

Llevado por sus pulsiones libidinosas, hacia 1914 se dedicaba a perseguir modistillas por Papalaguinda, ajeno a todo principio de decoro público. Es posible que de aquellas piraterías amorosas derive su aversión al matrimonio, temeroso siempre de tener que apuntarse a la Sociedad Protectora de Maridos. Precisamente regresó a León, coincidiendo con la Semana Santa, una de sus novias, a la que facturó a Londres hace medio siglo para no sufrir el trance de pasar por el altar. Antes de la cita los dos pipiolos se ajustaron los marcapasos, no fuera a acabar la cosa en el tanatorio. Quedaron en una cervecería de la calle Cervantes y, copiando los turbios manejos del piloto suicida, se encerró con ella en el lavabo, trancó la puerta y ahí dentro lleva quince días, demostrando que su desenfreno libertino es atemporal. ¡Vaya un perillán!

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