Diario de León
León

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Hay poca hierba. Con la nieve que este invierno vino alta y tarde los prados se nos han quedado a media asta en la montaña, amorugados con el verano ya encima, julio en el calendario, cuando manda la costumbre de los abuelos cargar la guadaña, la forca y el rastro en el carro para hacer labor en la tierra que nos tocó en herencia. No hay casi bocado que meterle a la empacadora para que teja la paca curiosina con la que se amontonó toda la vida la tripa del pajar, ni para darle uso a las maquinas modernas que enredan la paja en ruedas perfectas, como los que nos enseñó la televisión del Tour hace décadas que se decoraban las márgenes de las carreteras pindas de Francia. No hay mucha hierba, no, pero el orden de las cosas establece que no se puede dejar todo pa’ prao, ni abandonar los usos que nos han convertido en lo que somos a fuerza de generación tras generación con la retestera del sol sobre la cabeza a mediodía y los rapaces dormidos a la siesta bajo la sombra del remolque. Vamos, dejar de hacer el remolón, que hay que segar.

Volvemos a la hierba en julio como se retorna a lo que nos definen sin saberlo, a lo que aprendimos antes de hablar, cuando descubríamos las cosas con sólo estirar el dedo. Volvemos a la disciplina de la fila que marca la abuela en cabeza con el rastro para recoger las hilachas de hierba que no trabó la empacadora en la primera pasada, volvemos a espantar las cigüeñas que ramonean los topillos desahuciados de sus madrigueras, volvemos a la soba inclemente desde que sale el sol hasta que la luz se acuesta para bruñir los praos al atardecer, volvemos a la dictadura del hombre del tiempo con su amenaza de tormenta que nos moje mañana lo hecho, volvemos a la solidaridad de la familia que se agavilla para trabajar. Y con estos afanes en la memoria nos encontramos de nuevo en la escala que reguló la madurez siempre: el guaje abajo para porfiar con la forca, el mozo engallado arriba del remolque para colocar las pacas y echarlas después a brazo por el boquero, el padre dentro del pajar para curiosear el sueño de la hierba con el que se espantará el invierno, el abuelo a la puerta para mandar. Con cuidado, no hagáis el bobo, que os vais a acabar por mancar.

No quedará la hierba sobre los praos, mientras haya paisanos tercos a los que los especuladores no convenzan de que el progreso se gana con renegar del sector primario. Da igual que no haya mucha. Aquí siempre se ganó la vida con lo que saca a diente.

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