AL TRASLUZ
Sin trucos
M e llama un amigo y me reta: «¿A que adivino de qué vas a escribir? De los 4.670 leoneses que aparecen registrados en la web de voluntarios para la infidelidad». Le contesté que ni en Las Vegas hay tantos. Insistía: «Pues en Villaquilambre aparecen 170». Como si están los coros de Nabuco al completo, me resulta incomprensible colgarse un cartel de «Se alquila este local». Esta es una columna seria. No he sido infiel en mi vida; salvo que consideremos cuernos aquella vez en 1967, cuando cambié al capitán Trueno por Jabato; fue una vez y por probar. Prefiero la lealtad, que rima con verdad. «¿Sobre Anacleto, agente secreto? ¿la marcha blanca? ¿el no fichaje del Real Madrid? ¿las posibles elecciones del 20 de diciembre?» Frío, frío. Hizo amago de rendirse pero volvió a la carga: «vas a escribir... ¿sobre un libro que estás leyendo?». Ni hablar. Si les escribo sobre El peso del pesimismo (del 98 al desencanto), de Rafael Núñez, se me arrojan ustedes al Bernesga; detalla muy bien de donde nos viene la suma de características negativas que -al parecer- nos singularizan como españoles, pero cada vez que termino una página necesito contarme un chiste, para subirme la moral. «¿Sobre alguna película?» Acabo de ver «Magia a la luz de la luna», de Allen. En ella proclama que el amor es el gran truco, el único que además es verdad. Muy cierto, pero mejor me reservo para la nueva, que está al caer. Entonces me espeta: «Pues como no escribas sobre que el Rey se ha afeitado la barba...». Tampoco, pero ha hecho bien en quitársela, con ella parecía que acababa de posar para Tiziano.
Una columna es tu visión de lo que ocurre, aquí o allá, en tu corazón o en un país lejano. O cantarlo, que diría Whitman: «Me celebro y me canto a mí mismo/Y lo que digo yo ahora de mí, lo digo de ti/porque lo que yo tengo lo tienes tú/y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también».
Mi amigo se rindió. Antes de colgar le adelanté sobre lo que iba a escribir. Y en ello estaba. Pero he visto esa foto del cuerpo de Aylan, el niñito sirio al que las olas han arrojado muerto a una playa turca. Y me he quedado sin palabras, sin tema, sin ganas. Sin trucos. Es esto lo único que soy capaz de ofrecerles hoy sin echarme a llorar.