Diario de León
León

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Para llegar a Luna hay que sortear cien cráteres. Se pueden contar con calma desde el cruce de La Magdalena hasta el puente de Oblanca, testigo de aquellos tiempos en los que el agua pasaba por debajo, no por encima de los pueblos. Los cuentan los vecinos de las comarcas babiana y luniega cada vez que desafían a la lógica de la seguridad vial y se embarcan por la CL-626, que es el nombre con el que bautizaron a la carretera que dibuja el contorno del pantano como una sombra de barba, pero que igual podría haber sido la denominación elegida por la Nasa para una de las misiones del Apolo 13. Un vial de incomunicación para los más de 2.400 habitantes de los 43 pueblos de Los Barrios, Sena, San Emiliano y Cabrillanes, condenados a jugársela en el eslalon de los baches que salpican el trazado o, en el mejor de los casos, pasar por la ventanilla del peaje que amplió Cascos hasta 2050 para beneficio de Aucalsa y que no quitó Zapatero cuando despertó de la política ficción.

No se acuerdan los vecinos de la última vez que vieron una máquina para adecentar un poco lo que en otro tiempo fue firme, ni se creen ya en el cuento aquel del eje subcantábrico que les sacaría de la tercera división para pasaportarles al futuro por medio de viaductos soñados en despachos de ingenieros que no han pisado un pueblo. No hubo fondos Miner, ni Feder, ni ninguna de las componendas de sílabas compuestas por dinero de la UE y usadas durante dos décadas por la Junta para encubrir la falta de financiación autonómica en la provincia. Cómo sería la cosa que ni siquiera resultaron agraciados por la chequera abierta en la Consejería de Fomento para dar sustento a Collosa y otras contratas de confianza.

Porque resulta que ahí, donde los vecinos cortan hoy la carretera, no hay diputado provincial, ni cargo electo que les mueva el proyecto. Da igual que dé acceso a uno de los espacios más hermosos de la provincia, donde la luna se cuelga de los cordeles de las ovejas y la puesta de sol se arrama con su luz colada por los inmensos valles en los que se perdían los reyes vagos. No importa que condicione el turismo, ni que los agujeros aumenten hasta comunicar con Australia, ni que haya que poner un cartel de cuidado con escalón porque el desnivel entre los dos carriles da vértigo. A este paso, ahora que llega el AVE, se va a tardar menos a Madrid que a tomar un vino donde Enrique en Villafeliz.

Si quieren ver la otra cara de Luna, cojan el desvío en La Magdalena.

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