Diario de León

MARINERO DE RÍO

Lo que verán los del AVE

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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A nte la gravedad de la situación, el Gobierno ha decidido habilitar un importante corredor de ayuda humanitaria. Parte de la bien nutrida capital del Estado y, tras sortear páramos prácticamente yermos —la pirámide poblacional de extensas áreas de la meseta se va aproximando a la de Laponia o a la del desierto de Arkansas—, alcanza León, ciudad situada en la Gran Depresión del Noroeste. Si esto fuera un western , y muchas veces se le parece de forma asombrosa, tendríamos un paisano barbado y en marianos, plantado junto al cartel de entrada, cambiando cada poco —a la baja, claro— el número de los pobladores. Como si se los fuera cargando un forajido con el ojo de cristal y la culata de nácar. Un chaval menos. Otra familia que hace las maletas. Una empresa más que se esfuma.

Eso sí, a diferencia de otros lugares en los que las guerras se siguen librando a tiros —aquí es a golpe de votos, influencias y olvidos—, el convoy no transporta leche en polvo ni pastas para sopa ni antisépticos, sino parejas de mediana edad, extranjeros curiosos o desganados y lectores que hacen caso de los suplementos dominicales. Se dice que el visiteo de fin de semana nos librará de todas nuestras penurias y, conociendo la pelambre que gastan algunas razas autóctonas de por aquí, cabe, al menos, la duda. Ya imaginamos a oportunistas montando taberna de última hora y ofreciendo agua de grifo con tapa gratis de palillo a las finas hierbas, y visitas por el León imperial salmodiando párrafos de la Wikipedia. Y así, aunque le hablen de ordoños y griales, el viajero seguirá viendo las pintadas en los muros, las casas que se caen a cachos en pleno casco histórico, las cercas medievales entre orines y cascotes, la falta de estética y de uniformidad arquitectónica… y se irán a otra parte. Pasa lo mismo, o más, en los pueblos. El paisaje natural puede ser fantástico pero ya se encargan la uralita y el chalé alpino de alejar visitas. Nos queda, pues, mucho trabajo. Y no sólo de chapa y pintura. ¿Un secreto? Cambiemos las cosas para estar, en primer lugar, a gusto nosotros mismos. El que venga a vernos lo notará. Y se quedará.

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