Diario de León
León

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Pedro Sánchez quiere para España el modelo de Estado laico francés, según ha declarado. En cambio, mi amigo Bruno, un francés que se enamoró de nuestras singularidades en aquellos cursos de verano para extranjeros, de jubilado se ha venido a vivir a este país, del que le gusta nuestra catolicidad. El otro día en su honor estuve viendo la película Los miserables, en la versión de Jean Gabin. El actor borda a Valjean, el expresidiario al que la misericordia de un sacerdote, quien no sólo no le denuncia por haberle robado unos candelabros de plata sino que además se los obsequia, le lleva a convertirse en un hombre bueno, incluso cuando es víctima de la injusticia. Máximo Cayón Waldaliso creía que Hugo pudo haber encontrado en un remoto suceso leonés la idea de partida para su novela. Según cuenta en su Tradiciones leonesas, en el siglo XV trabajaba en nuestra tierra el afamado platero Pedro Álvarez, a quien el cabildo de la Catedral le encargó unos candelabros de plata, para el altar mayor. Se fugó con la plata, el dinero y algunos candelabros ya realizados. El cabildo no le denunció, confiado en que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Pasados los años, regresó con la intención de devolver lo robado y asumir el castigo pertinente. Escribe: «¡No pasó nada, absolutamente nada! (...) No fue perseguido al principio, ni denunciado al regreso. (...). Pedro Álvarez siguió trabajando como... ¡platero de confianza del Cabildo! Algo maravilloso». Y añade: «Lección ejemplar que encierra las más altas y profundas meditaciones». El suyo no era asombro de incredulidad sino de fascinación.

Perdonar permite escribir finales felices donde parecía que no pudiese haberlos. Cuántos problemas enquistados de la política se solucionarían así: encontrando un final feliz, que lo fuese para todos, incluso para quienes no creen en ellos. Vivimos en lo externo.

Sánchez estará mañana en León. Si no ha leído Los miserables, que su partido le regale la novela, aunque sea en bolsillo. La Revolución Francesa aparece mostrada con todas sus luces y oscuridades, en su amor y horror. Y el libro de Cayón Waldaliso, quien creía que sólo la plata del bien convierte renglones torcidos en finales felices.

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