Diario de León
Publicado por
JUAN CARLOS FRANCO
León

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Los golpes bajos que nuestro sistema económico comarcal está recibiendo de la globalización de esta crisis están haciendo que muchos vuelvan sus miradas hacia el sector primario. Un sector que en la comarca del Bierzo, en tiempos de bonanza —no confundir con la mítica serie televisiva— ha sido el hermano pobre y despreciado por la inmensa mayoría de nuestros jóvenes, no sólo en el momento de tomar el relevo de sus progenitores cuando su relación con los libros se abortaba antes de tiempo, sino también por aquellos que pudiendo optar por alguna de las carreras que, relacionadas con este sector se impartían en el campus berciano, tomaban la decisión de aspirar a ligar su futuro a titulaciones mucho más glamourosas.

Pero llegó la crisis y lo cambió todo. Lo que antes era una condena pasó a convertirse en una salvación. Los focos volvieron al campo. La atención de muchos de nuestros dirigentes regresó a nuestras tierras de cultivo, más por obligación que por convencimiento. Todos volvimos a ser agricultores, a recoger castañas —en algún caso las nuestras y las del vecino—, a reverdecer nuestros poulos,... y todos volvimos a ser conscientes de que el sector permanece anclado en el siglo pasado (osea, el infinito y más allá).

Los mismos problemas de entonces siguen latentes ahora. Los mismos abusos que llevaron a nuestros abuelos a agruparse en cooperativas para evitar la explotación por terceros —que aprovechando la atomización del sector del vino y la generosa oferta de uva que por entonces dispensaba la comarca imponían sus precios y condiciones— están ahora sobre la mesa.

Que se lo digan a los castañicultores de toda la vida, a quienes la pasada campaña, habida cuenta de la escasez de producto en el mercado, les tomaron la matrícula —por el simple hecho de haberse atrevido a vender su producto al mejor precio, porque los de aquí aspiraban a seguir aprovechando su ancestral situación de privilegio— , y ahora han decidido pasarles a cobro la factura por su ‘cornamenta’.

Y es aquí cuando se ha vuelto a conjugar el verbo transformar. A decir que el valor añadido del producto se quede en el Bierzo y no en bolsillos de terceros. Bonitas palabras. Un gran sueño. Ambos difíciles, por no decir que imposibles, de poder sobre el terreno, habida cuenta de que la principal transformación que precisamos, es nuestra propia forma de pensar.

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