Diario de León

LEÓN EN VERSO

Una gallina, 60€

León

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H ay un solista en el escenario del exceso que atrapa entre el 22 de diciembre y el 6 de enero; una gallina, diez mil pesetas. La decencia se muere, quizás más aprisa que el periodismo. El apesadumbrado hombre menguante que sortea lineales de centros comerciales aderezados de carteles que invitan a llevar el consumismo más allá de Orion, con provecho de que es Navidad, tiene que detenerse dos veces delante de la etiqueta del ave enlatado para ver que el cero, efectivamente, está detrás del seis, y que en el rótulo del paquete no hay confusión, y dice gallina; no se sabe qué será más grave; si la cotización o que la pita se presente en una caja de cartón como fiambre embalsamando en sarcófago. El hombre menguante se encoge de hombros ante el evento, después de comprobar que no hay cámara oculta, ni se trata de una performance de viciosos del vintage para poner en valor las que afanaba el Lute. Imagina su llegada a casa con el envoltorio de la pularda mientras los retoños celebran la caza hasta que el hechizo se diluye al comprobar que todo el ansia al que induce el telediario para imponer una cena suculenta en la celebración del nacimiento del niño dios en un pesebre de oriente próximo, entre un buey y una mula, y pastores, pastores de los buenos, no de los que delinquen, se va a saciar con una gallina. Diez mil pelas, María, hubiera dicho atribulado el hombre menguante si llega a gastarse en unos muslos raquíticos y una pechuga de sebo amarillento (poco más daban de sí aquellas gallinas de la abuela que elevaban a burgués el cocido y sólo asomaban al puchero después de dar huevos para alimentar tres años a dos generaciones de clase prudente y trabajadora y sacar tres polladas) una quinta parte de lo que le va a costar en fin de año el crédito para financiar un teléfono móvil de última generación que se va de varilla ante el sueldo mínimo interprofesional. Que la sociedad vive enferma está fuera de discusión. Pero al otro lado del muro de la degeneración queda gente que alienta sueños fascinantes, gente que se pasó la última noche en vela con la desazón de saber si los reyes pudieron hacerse al fin con la camiseta del Sporting, después de los problemas de intendencia de los pajes para encontrar tejido de linaje rojiblanco, que estos días se agotó en León. Si no fuera por esos soplos de magia, hasta parecería que la Navidad se nos ha ido de las manos.

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