Diario de León
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fuego amigo ernesto escapa
León

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E l hallazgo hace diez años, en una cueva de La Braña, de Wenceslao, un bigardo de tez morena y ojos azules, nos puso en contacto con nuestro antecesor más remoto, que habitó el valle del Curueño hace siete mil años. Intolerante a la lactosa y pescador de truchas, fue protagonista hace un par de años en el museo de León radicado en Pallarés. El Curueño es un río muy literario desde sus orígenes legendarios. El último en remontarlo desde su confluencia con el Porma fue Julio Llamazares, que lo bautizó como El río del olvido. El escritor tiene casa en La Mata de la Bérbula, entre La Vecilla y Valdepiélago. Otro escritor, Jesús Fernández Santos, descansó en sus últimos años en el menudo molino de Cerulleda, que compró en 1975 para sus estancias en el valle de la memoria.

Fernández Santos noveló la vida de su pueblo en Los Bravos, la leyenda de la dama de Arintero en La que no tiene nombre y las calamidades del pasado siglo en Los jinetes del alba. A finales del dieciséis, Pedro Vecilla había recreado en León de España el trágico destino del joven Curienno y la hermosa Polma acosados por el ejército romano. Un libro que se salvó del fuego en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote. Siglos más tarde, los dos ríos vecinos ya no tienen que esperar a Ambasaguas para encontrarse. Antes de llegar a Lugueros, un azud indica el punto de trasvase de las aguas del Curueño al embalse del Porma, diseñado por el escritor Juan Benet. Así que a veces el caudal ecológico de las hoces queda muy mermado, a causa de la sisa. A trechos, el río, la enredada carretera y algunos tramos de la calzada romana se disputan la estrechez del escobio. El paisaje geológico resulta impresionante.

La calzada romana, que más tarde fue camino arriero y paso del ganado trashumante, salta el río de un lado a otro a través de puentes verticales e inverosímiles. Felizmente se ha ido rescatando el valioso repertorio de puentes del Curueño. Es verdad que unos con más fortuna que otros, aunque todos cuentan con su panel explicativo debido al magnífico catálogo de Fernández Ordóñez, cuya autoría ni siquiera se menciona. Un desvío a la derecha señala La Braña y Arintero, solar de la belicosa dama medieval disfrazada de caballero que inspiró la novela de Fernández Santos. Valle arriba, se suceden los puentes y las casas blasonadas. En Tolibia, el busto dedicado al maestro García Robles saluda al viajero desde su pedestal y da paso a la vega de Lugueros. A la entrada del pueblo se ve vacío y en proceso de franco deterioro el cuartel de la guardia civil, cuya tipología lo iguala con los primeros paradores de montaña. Es el estilo Guadarrama de cantería distraída con revocos, puesto en práctica por Regiones Devastadas.

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