Diario de León
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león en verso luis urdiales
León

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E sta es la segunda época del año más adecuada para hacer negocio con los políticos; comprar uno por lo que vale y venderlo por lo que dice que vale; esa sería la mejor forma de elevar el interés por las cuestiones públicas, que tan poco interesan a los leoneses salvo cuando llega la hora de pagar los impuestos, mal momento para elevar quejas al altísimo. La dificultad de gobernar esta tierra no reside en la apatía de sus gentes, no; es por la apasionada actitud ante la política. A poco que nos estudian, la mayoría de las veces por motivos demoscópicos inducidos por los psiquiatras que no quieren que se les escape nada en los cálculos y los buenos propósitos que tienen para nosotros y nuestros hijos el día de mañana, siempre nos da el test como un pueblo justo; nunca jamás hablamos bien unos de otros. Así es ese León de la reconversión industrial permanente de un lugar que no tiene industria y que no suele pedir el libro de reclamaciones para nada más que elevar alguna queja por la atención prestada; tribu de desmemoriados ante las urnas. No hay lamentos; algún quejido aislado porque el asfaltado no llega a todos los baches. Por lo general, la satisfacción del administrado está justificada; loable con el político que logró que la cadena del pollo frito llegara antes a León que a La Habana. Por poco, por un cuerpo en el esprint, se tomó la delantera, ahora que asoma por el Alto del Portillo un remake del Good bye, Lenin, y la llave allen, que lo mismo monta un mueble del Ikea o la ideología troncal, abrirá las puertas de la ciudad. Van a meternos en un callejón de esquizofrenia si no terminan por explicar cómo venderán sus coches las quince marcas de lujo que saturan de publicidad los descansos de la programación de la misma tele que alumbra el adviento de la dictadura del proletariado. No parece que el sistema de consumo de dinero que ofrecen los bancos, a poco que arrimes la tarjeta a la ranura del cajero, se pueda sostener si se adapta el entorno a lo que llegó a ser el Arbat moscovita cuando Lev Yashin se entrenaba con el Dinamo y Gorbachov no había dado los primeros pasos de la fábula de la Perestroika. Ay, del que no encuentre un hueco para pasar el próximo invierno acurrucado en las cejas de Ferreras.

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