Diario de León
Publicado por
cuerpo a tierra antonio manilla
León

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No me cabe ninguna duda que, con la mejor intención, dentro de la feliz iniciativa Feria de la Montaña Leonesa, que ocupó la explanada de la Junta con actividades infantiles, puestos de información y degustaciones de productos, una realidad puesta en pie a partir de la idea de dos jóvenes emprendedores amantes de su tierra y deseosos de que se conozcan y promocionen sus bondades, se celebró en el pabellón de los deportes una edición extraordinaria del anual reto Ribera contra Montaña bajo el nombre de «Desafío Lucha por la Montaña». Una edición que, con el afán de modernizar los aluches, introdujo una serie de novedades, se dijo, para adaptarlos a los tiempos. Los Ribera contra Montaña, para quien no lo sepa, se basan en la épica del KO: el equipo que mantiene al último luchador invicto, agotados los contrincantes, se hace merecedor del gallo que es un trofeo humilde pero un enorme honor para el bando que se hace con él. Comienzan a luchar los niños y suelen terminar haciéndolo los «pesados», dándose el caso de gestas como que un deportista tumbe a varios rivales de entidad superior a la suya, convirtiéndose en héroe a los ojos de los aficionados.

Fueron varias las novedades, desde la excesiva impuntualidad hasta la ceremoniosa puesta en escena con aires de K-1, japoneserías y humo, entrevistas mientras se celebraban los agarres —imposibles de seguir por la animación sonora del público— o la bochornosa petición de seguir en pie a todo el respetable, como si fuera un himno, la reproducción enlatada del «Todos somos de León», que es nuestra canción más triste. Ninguna de estas desgraciadas innovaciones —alguna hubo afortunada, como eliminar las medias caídas— puede compararse al error, en mi opinión letal para el espectáculo, de variar radicalmente la esencia de la competición, pasando a combates únicos y a contabilizarse mediante puntos. Como sustituir, si de fútbol hablamos, el engranaje de la Copa por el de la Liga, la posibilidad de una hazaña homérica por la de esa pasión doméstica que es la regularidad. Y, como a menudo ocurre en las ligas, el ganador ya era conocido antes de los últimos agarres, pasando a ser estos, en vez del culmen y desenlace, lo que en el fútbol denominan «partidos basura» para decir irrelevantes. El fin de toda una épica, si triunfase el modelo.

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