Diario de León
Publicado por
CUERPO A TIERRA. ANTONIO MANILLA
León

Creado:

Actualizado:

Cuando echó la trapa el Montecarlo, cerró una forma de ver el mundo. Un modo de gobernar la noche que entre copa y copa se dejaba ir hacia la madrugada con la suave firmeza de la amistad labrada al pie de una barra, bajo el reflejo deslumbrante de las luces en la piel de las botellas alineadas como ejércitos de estrellas. Ninguno de los habituales creímos que aquel adiós fuera a ser definitivo, pero el tiempo, que se precipita en rabiones, dictó sentencia sin lugar a recurso alguno. Por allí andaban policías de ronda, empresarios echando unas cartas, el escritor consagrado y los aspirantes a poeta, los últimos periodistas de la medianoche entrando orgullosos con el periódico de mañana bajo el brazo, como si fuera una novia. Era un café entre literario y popular, como un cruce entre el Gijón y el Kwai madrileños, donde desembocaban como reyes los redactores de El Caso con primicias que aún olían a pólvora y puñal. Durante mucho tiempo, años incluso, cuando pasabas por la acera del Montecarlo, alimentabas la esperanza de su reapertura: alguien se había dejado puesto en marcha el extractor de una ventana, aquellas aspas insomnes que seguían renovando el aire como si estuviera en obras y fuera a abrir cualquier día.

¿Qué habrá sido de los artículos enmarcados sobre el propio Montecarlo que adornaban sus paredes? Había páginas de El País, de los periódicos leoneses, de algún diario asturiano. Desde sus fotografías miraba invariable, con uno de sus espléndidos mojitos ante él, el capitán de aquel barco noctívago que varó ante una ley de inmuebles de renta antigua: Eusebio, el gran Sebito, muy cerca de él siempre Jose, aquella sombra joven que casi se confundía, por amabilidad y atención, con su mentor. Cualquiera que haya pasado por allí, aunque fuera solo una vez, los recordará despidiendo a la clientela y animando a toda la concurrencia a hacerlo, cuando uno se iba, con una «adiós» de proporciones bíblicas.

Desperdigados y huérfanos por las orillas de la noche, buscamos durante un tiempo otro oasis semejante, sin encontrarlo jamás. Ni los tripulantes ni la tropa habitual éramos quienes levantábamos la magia de aquella ínsula que era una forma de ver distinto el mundo. Era el poder de los lugares, convocando a su presencia, en el momento preciso, a los justos.

tracking