Diario de León
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NUBES Y CLAROS MARÍA J. MUÑIZ
León

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Hace no tanto alguien me dijo «tú tienes que tener un gen minero». Acertó en la genética, que no en la tradición. Siempre he tenido clara la omnipresencia del gen Barbé en las entretelas de mi comportamiento. Las féminas de la familia materna somos más en número y en «ese carácter». Es lo que hay, ese temperamento rampante. Porque lo mío es una broma comparado con barbés que pululan y han pululado...

A lo que vamos. El gen minero viene vía Muñiz. Se manifestó tarde y a regañadientes, nunca estuvo presente. Se lo llevó la silicosis mucho antes de que una fuera proyecto de vida (qué decir de plumilla volcada en la causa), y retornó por casualidad. Cuando a efectos profesionales estaba enquistado el alumbramiento del Plan del Carbón de hace más tiempo del que cabe confesar aquí y ahora. Cayó el encargo como un costero. Qué sabía yo de una realidad tan enrevesada como lo era transmitir su mensaje. Me volqué tanto en la causa que me dieron un premio nacional tan por sorpresa que no supe apreciar en tiempo y forma la rumbosidad del acontecimiento. Hasta le colgué el teléfono a un paciente alto cargo con un «me suena tu voz, ya te calaré...», porque tomé a broma un reconocimiento al que no me había presentado. Que, para ser una Barbé, siempre he sido muy boba para lo mío.

Con el tiempo y el oprovio al que se ha sometido a la otrora imponente minería se me ha ido rebelando el gen a la vez que la vena profesional. Nunca he defendido nada en lo que no creo. Pero es en esto en lo único en la vida en lo que no oculto mis colores. Hasta me sorprendió que a papá se le cayera una babita al verme embadurnada cierta vez en carbón tras la voluntariosa visita a una mina, en la que eché las tripas para salir sin resuello y maltrecho el orgullo que siempre acaba señalando al intruso.

Si el virus minero se me rebela a estas alturas de la película no es por ciego convencimiento. No es por gen, es por ósmosis. No es mi herencia distante, es el virus que me han contagiado, con más fuerza en los últimos tiempos, esos mineros que han confiado y en los que he confiado. Esos que no tienen nada que ganar y sí mucho que perder. Los que articulan el escenario y se retiran en las fotos. Los que, con todo lo suyo sentenciado y firmado, siguen luchando minuto a minuto en la sombra. Ese es, de verdad, el gen minero. El de la raza que no baja nunca el brazo. Aunque sólo sea por ellos, por su ejemplo, por sus convicciones, seguiremos luchando. Adelante.

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