Diario de León
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HOJAS DE CHOPO. ALFONSO GARCÍA
León

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No sé si eso del tiempo es otro misterio. Sospecho que no, dado que hoy solemos hacer mucho caso a la información que se ofrece. La verdad es que, salvo en contadas ocasiones, lo bordan con una precisión casi milimétrica. Dando marcha atrás en el otro tiempo, el cronológico, la falta de seguridad definitiva del llamado «hombre del tiempo» televisivo llevó a situaciones curiosas. «Si no nieva mañana por la tarde, me afeito el bigote». Y como el asunto tiene sus propias mediciones científicas, con algunos flecos todavía no hace tanto, el señor del tiempo apareció sin bigote al día siguiente. Se hacía raro verlo así, y el asunto nutrió durante una temporada aceras y mentideros. No había acertado, es verdad, pero había cumplido su palabra. Todo un caballero, sin bigote pero caballero.

Suponían esos tiempos cronológicos a que me refiero los últimos estertores de la sabiduría popular sobre el tiempo, acumulada durante siglos. «Mañana nieva —aseguraba con rotundidad alguno de aquellos paisanos que parecía oler el cielo—, sopla ligeramente tras la sierra», o «el frío está a las puertas, que los grajos…». Quedan ahora pequeñas reminiscencias genéricas acumuladas en el cuerpo como testigo. «Va a cambiar el tiempo, que me duele la rodilla operada». O similares.

Tenemos, sin embargo, cierta manía a la hora de pedir a los lugareños que nos adelanten el tiempo que hará. Así le ocurrió, hace ya treinta y cinco años, a un joven padre de familia, que llegó a Luarca a pasar unos días de vacaciones. Llegaron, sin saberlo, el día de San Timoteo, patrono de la villa y motivo de intensidad festiva por la segunda quincena de agosto. A la lluvia que caía, intensa e irreverente, de aquellos cielos cerrados y plomizos, se unía la de los calderos que lanzaban desde ventanas y balcones, como manda la tradición.

El padre de familia entró en un bar buscando cobijo.

En el centro, calado de agua, pero muy, muy calado de vino o vaya usted a saber de qué, con el chambrón y el cayado típicos, giraba en torno a sí mismo, apoyándose en la cacha. Y a no otro, precisamente a él, preguntó el padre, solícito, por el tiempo que haría mañana, y pasado… Una vez. Otra. Un silencio. Otro. Al enésimo requerimiento, la respuesta quedó trabada, cortada, hipada y saltarina en una voz aguardentosa:

—Estoy yo como para dar el parte meteorológico…

Alguno de los presentes elevó la anécdota a la categoría de noticia en una publicación vecinal.

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